domingo, 23 de mayo de 2010

El Villamelón

Qué bueno que el futbol ya me vale madre. Qué bueno que soy la persona más villamelona que conozco. Qué bueno que disfruto igual una goleada de mis superpoderosísimas Águilas del América que un logro de las Chi-Chi-Chivas, Super Chivas. A toda madre que celebro los títulos internacionales de mi Pachuca, lloro los fracasos de mi Cruz Azul y estoy a muerte con los Pumas en los títulos y las derrotas.
Por eso que el Toluca haya salido campeón no me trae nada especial. ¡Qué va!
Porque en un país y una época en que el futbol es un trasvestido con las bragas bajas a causa del sonido de los ceros, no hay razón para emocionarse con una bola de tarados brincando olé olés en el centro de la cancha que luego provocan en la gente avalanchas de espuma, gargantas rotas y desfiguros públicos.

No hay modo de justificar que esta lágrima me recorra el cachete hasta perderse en la comisura de los labios. Ni siquiera por recordar que en este lugar, La Bombonera, me ponía a hacer avioncitos de papel por lo aburridos que eran los juegos del Chato Ferreira, Washington Olivera y Roberto Maschiarelli.

El hilillo de agua salada no tiene que ver con los cientos de boletos impresos en Aboitiz, las briagas mientamadres cuando ya no estaba tan jodido y me alcanzaba para ir a Sombra, las tardes de granizo gritando los escasos goles de Carlos Pavón Plúmer, las correteadas en el Azteca y CU después de ser goleados no sólo en la cancha, o la bandera naranja que papá me compró y extravié en un juego contra Puebla en 1996 mientras intentaba darle un cacahuatazo a Gerardo Rabaida. Tampoco tiene que ver con el recuerdo de cuando abracé al incosolable Polvorón en el robo que un árbitro gringo perpetró para que el Toluca no fuera al Mundial de Clubes del 2003, ni con la primera vez que el periodismo me brindó la oportunidad de hacer una crónica deportiva... tampoco por la salva pendejada de preferir un partido a una cita con una belleza, como en mis años mozos.
Si las patitas me temblaron este domingo fue por todo menos por aquel recuerdo del Toluca campeón de copa en 1988 ante la U. de G., o por las interminables tardes que pasé junto a mis amigos abrazado al tiempo que presenciábamos la magia que José Cardozo practicó en un terreno de juego a lo largo de una década.
El lagrimón no tiene como antecedente la nevada en diciembre de 1995 ante Cruz Azul en este mismo estadio, ni que en este césped vi jugar al Real Madrid de Hugo Sánchez, o a figuras como Juan Antonio Pizzi, Bernd Schuster, Mauro Camoranesi, Claudio López, Iván Zamorano o José Mari Bakero.

"El futbol es lo más importante de lo menos importante", en palabras de Jorge Valdano. Por eso ya me vale madre auténticamente después que he descubierto tantos otros placeres en la vida. Por eso esta lágrima no tiene razón de ser. Por eso en cuanto otro equipo salga campeón ya tendré que inventarme otra vida en la que los colores en turno siempre hayan sido los míos.

¡Mis Diablos mano!

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