lunes, 15 de marzo de 2010

El Último Whisky

De no ser por el último uisqui que bebí en el cumpleaños del sensei-fotógrafo Arturo Rosales y que preferí tomar Paseo Tollocan que Avenida Las Torres, la noche del domingo no tendría este feeling tan particular.
Y es que una vez más me topé con un accidente que se combinó con que traía una camarita en la guantera.
¿Quién iba a decir que iba a ver los últimos momentos de vida de una joven que salió a festejar su cumpleaños?
Una chavita con 21 recién cumplidos que no conocí, pero cuya situación me recuerda que una cuba más al volante hace toda la diferencia.
Qué bueno que ese huiscol con el ñero Arturo fue el último, y no porque me cruzara con el evento que me dio fotos para el trabajo, sino porque otro vaso de chupe y un volante pudieron haber sido toda la diferencia también para mí.
Sin ser cruel, qué bueno que me enteré que el 95 por ciento del cuerpo quemado la mando a descansar en paz.

miércoles, 10 de marzo de 2010

El Tobillo

Doce muertos me quebraron el tobillo derecho. Y es que por lograr buenas fotos de la tragedia ocurrida el 21 de marzo del 2009 en la Planta de Rebombeo Artículo 27 de Atotonilco de Tula, Hidalgo, pagué con un zapotazo marca apache y semanas de incapacidad. Una patada en el arco.

Los trabajadores de Conagua y sus familiares fallecieron la misma tarde en que el carnal Benjamín subió al cadalso llamado matrimonio y mientras tanto yo estaba practicando mis conocimientos en bailes afroantillanos y el famoso Robot Dancing con unos bacalaos encima.

Para cuando nos estaban corriendo del bodorrio, el equipo de rescate del SUEM confirmó que iban a sacar los cadáveres a 25 metros de profundidad así que sin quitarme el tacuche ahí fui de huelemoles a bordo del convoy.

A la llegada a la planta me pintaron cremas hacia el acceso, y como no pensaba regresar con la foto de una barda, flanqueé el lugar pero no contaba con que ni mi vocación de raterillo me salvaría de azotar en plena madrugada tras medio brincar un muro.

De a cojito me colé hasta el acceso a los ductos y para cuando amaneció tenía una sandía en la que ya no me cabía el zapato, pero eso sí, con las fotos de portada.

A colación del episodio escribí esto que recién se apareció entre mis documentos.

//Además de amanecer por segundo día consecutivo con un invitado no esperado ceñido a la pierna derecha, el señor sol me saludó a través de las persianas con un halo de fastidio. Sin terminar de cruzar el umbral del sueño, mi carnalazo musitó con la ironía con que a veces me gusta que me digan las cosas:

Ay mano, estás hecho una mierda.

Me levanté con el único pie bueno, el izquierdo.

Las muletas se tambalearon hasta una esquina a esperar un taxi. Primera parada, la Clínica 220 del IMSS sobre la lateral de Tollocan.

Haberme puesto el zapotazo que me trajo a esto estuvo tan a toda madre como para arruinarlo con los papeleos posteriores que implican una pinchurrienta incapacidad laboral.

El señor sol me regaló los primeros puntos cristalinos en la frente y ya entonces hicimos tregua. Un amable abrazo del güero me condujo a las escalinatas que transformaron los puntitos cristalinos en finas líneas recorriéndome la nuca.

¡Gracias!

Jadeando, me topé con el primero de un sinfín de rostros que alberga un día en un rotafolio.

Al fondo lo atienden mi jefe

Las finas atenciones de una señorita de aproximadamente 40 años de edad –sí, su rostro delataba castidad- finalizaron con la indicación de que me faltaba un papel y con que de acuerdo a mi dirección, la que me tocaba era la Clínica 8, cerca del centro de la ciudad.

-Además no tenemos sistema

(La puta que la reparió señorita) 

–muchas gracias que tenga buen día

A la salida y escalinatas abajo, los brazos del señor sol no alcanzaban para detenerme medicinas, recetas, hojas de indicación por riesgo en el trabajo y un volante de una súper tortería.

Durante el trayecto a casa y a la Clínica indicada, mi taxista no paró de hablar de los riesgos que uno corre en su trabajo. De su caso abrevió un asalto y dos conatos, además salpicó con ejemplos de las varias veces que la había librado en calles y carreteras gracias a su destreza al volante.

El Don ya quería su media hora así que antes que eso ocurriera huí si no corriendo, brincando de a cojito como si fuera a ser el primero en llegar en el avioncito de gis al que mis hermanas me hacían jugar de escuincle en los pavimentos, o como si fuera a hacer unas fotos después de brincarme una barda.

Una sonaja saltarina.

Sobre la explanada de la Clínica 8 un pequeño se me quedó viendo, estudiando mi puerquecito mientras yo descansaba la pierna no tan mala. Playera de Gokú, despeinado y con los mocos queriendo escarbar la boca. Nos reímos uno del otro en complicidad.

Él se perdió zarandeado del brazo de su madre y yo arrastrado por un dolorcito en los antebrazos hacia una larga fila interrumpida por albañiles que colocaban pisos nuevos.

Estampas, como ya es cotidiano pero nunca será aburrido.

Personas arrulladas por su última visita al doctor. Personas atribuladas por trámites y espera. Personas regadas en tableros de ajedrez conformados por salas de espera. Estatuas de personas moviéndose mecánicamente. Personas, puertas, máquinas de escribir piqueteando, foquitos y firmas. Personas animando ropas y batas, módulos de información. Personas accionando todos los rincones del océano de las formas. Vaivén y tedio.

Seis copias después, mi enfermera me miró con ternura, como para hacer menos triste la ingenuidad que me hacía pensar que no tendría que regresar a la Clínica.

-Mañana a las siete en punto

A la salida del lugar el señor sol se había tomado la tarde y grandes cirros surcaban los cielos. Una lluvia de esas gruesas abrió el telón y como pude apresuré el paso con mi pie no tan malo.

No sé si las muletas extrañaron un momento a su dueño y la izquierda me metió el pie en el pie, ese que se supone no está tan malo.

Un guiño después estaba probando el sabor a acera mojada que acompañó al aroma de las primeras gotas, con las vendas salpicadas, las muletas en derredor y varias personas que estaban más preocupadas por huir del agua a paso veloz, que por siquiera detener a cagarse de risa de un remedo de reportero con el tobillo quebrado gracias a doce muertos.

Y la risotada.

Empezaba a estar empapado y no paraba de reír pensando en ecos, causas y efectos. Otra vez meado de risa pensando en arrojar dados y rumbo a casa de la jefa.

Antes, quienes se rieron de mi fueron los paramédicos de la guardia de la Cruz Roja después de verme tendido entre sudor y un lagrimón tras la lenta y dolorosa entrada de la vitamina B12. Carrilla de la buena.

Mamá me recibió con la misma mirada que hacía después de desaparecerme tardes enteras vagando en el vecindario.

Seco y comido, dormí mientras comenzaba el prólogo de los Relámpagos de Agosto y Tim Buckley cantado por Robert Plant me despertó.

Did I dream you dreamed about me?

Where you hare when I was fox?

Now my foolish boat is leaning

Broken lovelorn on the rocks

Touch me not, touch me not

Come back tomorrow;

Oh my heart, oh my heart

Shies from the sorrow

Y de ahí a casa, asumiendo el yeso y dispuesto a tomarle cariño. ¿Cuán lejos se pueden arrojar dados tendido en una cama? 

Chale.

El Reportero


Tengo que confesar que efectivamente, me cagué de risa... pero se me quitó cuando me cayó el veinte de que para mucha gente somos todos así.

lunes, 8 de marzo de 2010

¡Ajúa!

No hubo algo de Tlaxcala que no me encantara. 
Viajo solo, más no en solitario, por eso fueron igual de divertidas las largas caminatas por el espinazo de La Malinche que los patinones por las pirámides de Cacaxtla y Xochitécatl. Pero sobretodo las charlas con personas a las que les basta un gesto para desprender tanta buenaonda. Qué bella ella.
Y de haberme encontrado con un baúl lleno de vistas de peñascos que reposan bajo sábanas inmaculadas y los sabores exquisitos de mixiotes, curados de piñón y tlacoyos, pero también de carnavales, de artesanía en popotillo, de café con una bola de helado, de murales, de pilas bautismales, ruedos, huehues, tortillas a mano, retablos y arenales. 
Qué chulo es Tlaxcala, me cai, aunque todavía me duelan las piernas.
¡Ajúa!