lunes, 31 de diciembre de 2012

¡Gracias! II



Si el año anterior lo hice, no veo porqué este no. Máxime de todo lo que se me quedó ceñido con cada uno de ustedes. Este también va a ser un post largo.
-Gracias por demostrarme ¡una vez más! que no todo está perdido, aun cuando ya todo está perdido. Conocerte es la prueba de al final, la vida es grata.
-Gracias a ti por regalarme uno de los momentos más emotivos en muchísimo tiempo. Por ponerle la piel de gallina a la inmortal Banda Funky  cuando firmabas tu acta matrimonial, pero en especial por la carta que me hiciste llegar desgraciado, me conmovió hasta las lágrimas. Cada uno de esos kilómetros recorridos valieron la pena para llegar a uno de los días más importantes de tu vida. Un favor nada más: sin llorar, mano.
-Gracias por todas tus atenciones, arrancar el año a tu lado fue toda una experiencia, este cumpleaños tuvo un ingrediente muy especial a tu lado, gracias porque a pesar que te salía lo detective, pasamos momentos muy pero muy gratos. Checa tu bandeja de correo.
-Aunque en el momento no me pareció nada gracioso, gracias por tomarte la molestia de romperme chicharrones en la frente mientras me bajaba la briaga, gracias por el chaleco y las garañonas, manito. Aunque cero gracias por saludarme en el cine en el momento menos indicado, ¡imbécil!
-Gracias, por otro año cargado de metal, mi queridísimo Costal de Naranjitas, y por dejarme cantar El Pollito Destrozadito con tu banda de músicos de pocamonta. Carnales para siempre.
-A ti, gracias por la inigualable experiencia que vivimos en Roger Waters, por las no pocas pedotas que nos paramos este año y por dejarme educarte yendo a ver a Megadeth. Nunca, pero nunca olvides lo que se le viene denominando como El Objetivo.
-Muchisisisísimas gracias por repetir un año más como mi mejor amiga, aunque te pongas ligeramente malacopa en los restaurantes con canales a un costado. Te agradezco ayudarme a conseguir la chingadera esa que ya no sirvió para que dejara de ser Basura García. Ojalá que cada que veas la Catrina de barro, te acuerdes de cuánta buena onda te tengo. Y gracias por casi dejarme moquear tu hombro, escuchando cada uno de mis malviajes.
-Gracias, Caifán, por las netas en la playa y porque este año no te perdiste en Cancún. Nunca pases por alto lo un chingo que admiro tu forma de ver la vida.
-Gracias, mano… ¿qué digo "mano"? ¡HERMANO! por acordarte que los que más te queremos jamás nos iremos, aunque nos cambies por una vieja que de todos modos te iba a abandonar. No importa que me trances vendiéndome camionetas y ojalá sigamos tragando como enanos de El Hobbit. JA.
-A ti también, por supuesto, ya que sonrío cada que me acuerdo el atasque de arrachera, queso y vino que nos paramos en Ixtapan de la Sal. En todos estos años sin vernos, no perdiste la buenaonda. Más asados y más rapel, porfavor.
-A ti, mi foreveralone favorita, me quedo con esa tarde vallesana bebiendo cerveza, risa tras risa. Que todo te sepa a canción de Lila Downs y que puedas darte más ratos para rockear cual quinceañera.
-Gracias por hacer el trayecto hasta mi fiesta de cumpleaños, por las invitaciones que no pude responder y por la tarde de gula en la Ebró, escuchando boleros.
-Colega, carnal, gracias por las largas charlas sobre periodismo que sostuvimos cuando te visité en Morelia, por dejar que Fata no me comiera y por ubicarme respecto a que tengo una chamba privilegiada. Vámonos a Tlalpujahua.
-gr


al



ndu

jueves, 29 de noviembre de 2012

Fecha de Caducidad

¿Cuánta vigencia tienen las personas por las que hemos profesado algún afecto?, ¿en qué momento dejan de importar de a devis?
No sé qué azares se han conjugado para que en estos días me haya encontrado a personas que hace muchos ayeres, incluso décadas, figuraron en mi terna de importancia.
De todas tengo buenos recuerdos. Sí, hasta de las que momentáneamente me hicieron infeliz. Pero no deja de quedárseme ceñida una sanguijuela cuando pienso en qué momento fue que esos caminos se partieron en líneas que no volvieron y seguramente no volverán a cruzarse más allá de un saludo, una sonrisa y cinco minutos de plática basura.
Peor aun. ¿Cuántas veces habremos dicho “nunca te olvidaré” y al cabo de unos años no sepamos reconocer a alguien al doblar una esquina? Como si no fuera suficiente sorpresa saber todo lo que han construido después de que uno fue su presente, gracias al chisme de un tercero que vino a darnos un poco de su actualidad

"Y así, años y años, hasta que, finalmente,
 
te morirás un día, como toda la gente.
Y voces que aun no existen sollozaran tu nombre,

y cerraran tus ojos los hijos de otro hombre".
José Ángel Buesa

A continuación una elegía por aquellas personas a quienes creí querer y por estúpido dejé de frecuentar. Y estúpidas aquellas que se desaparecieron de mi vida sin previo aviso, cuando a pesar de las diferencias no había razón.
Ahora que también pienso que ni la costumbre de tener a alguien a tiro de piedra, deja de alejarlas por el simple hecho de que el viaje de cada uno es diferente.
Una bienvenida anticipada para esas otras que tarde o temprano han de venir… aunque sea para irse.

lunes, 17 de septiembre de 2012

miércoles, 18 de julio de 2012

Avenida Miguel Hidalgo

"La imagen que tenemos de la ciudad siempre es algo anacrónica. El café ha degenerado en bar; el zaguán que nos dejaba entrever los patios y la parra es ahora un borroso corredor con un ascensor en el fondo. Así, yo creí durante años que a determinada altura de Talcahuano me esperaba la Librería Buenos Aires; una mañana comprobé que la había reemplazado una casa de antigüedades y me dijeron que Don Santiago Fischbein, el dueño, había fallecido"
Jorge Luis Borges. El Indigno

Los primeros minutos de este domingo vinieron precedidos de una larga caminata durante los últimos de ayer.
Una misteriosa conexión entre Avenida Miguel Hidalgo y un cuento de Jorge Luis Borges me dejaron pensando en anacronismos. Sólo entonces me di cuenta cuánto significa una vialidad como esta en mi vida, en todas las Librerías Buenos Aires que cruzo a diario, aquí y allá, viviendo todos y cada uno de esos cambios en los que uno no repara hasta mucho tiempo después, cuando algún recuerdo le alerta sobre las metamorfosis de las calles.
No importa cómo aparecí aquí. Mi sendero arranca en la Puerta Tolotzin. Mientras pasa a mi izquierda, se levanta una proyección humeante -el recuerdo- de cuando las máquinas derrumbaban las jirafas.
"Otro pedazo de ciudad que se fue", musito y hago una mueca al ver esas torres odiosas cambiar de color. Pasos delante. Las estatuas del Monumento a la Bandera en que solía hacer bromas con aquel amor, siguen estoicas, a duras penas. De reojo el Panteón General con sus lápidas centenarias, al menos un par de personas que conocí en vida tienen su nombre escrito en ellas. A la derecha no hay más viejas prostitutas a las afueras del Leopardo´s Le Club que me escandalizaban de niño, pero sí esas palmeras sobre el camellón, espejos de agua tras la lluvia vespertina. Y calma.
Pasos delante. En la esquina con Juan Beltrán, apenas giro la cabeza, viendo las ventanas del primer apartamento que renté y en el cual viví solo por vez primera. Aquí empieza la magia. Como en una proyección fílmica, estoy en su interior, feliz, pese a que todas mis posesiones son una mesa de plástico con dos sillas, mi cama y un librero. Qué duros fueron los primeros meses que no me alcanzaba ni para pagar el gas. La voz del tren, a lo lejos, me hace tararear "La Colpa Del Whisky" De Vasco Rossi.
Pasos delante. Mi efigie adolescente está saliendo toda mareada del antro La Doña y justo enfrente, también come tortas junto mi tío Juan en la Cafetería Caleta., su favorita. Detrás de mi proyección, estos lugares han degenerado en oficinas y una agencia de motocicletas.
Dejo atrás Isidro Fabela y lanzo una blasfemia en Isabel La Católica. Leona Vicario habría de llevarme a las oficinas del primer periódico para el que trabajé, pero esa es otra historia, lejos de esta calle. Los Funerales López no se han convertido en un Burger King, menos mal. Mi holograma, vestido de negro, se despide de personas importantes en este lugar en el que esta noche no hay prendida sino una luz muy al interior. No termino de llegar a Josefa Ortíz de Domínguez y veo mi figura casi transparente, tambaleando a la salida de El Chapeado, luego de empinarme una de Bacardí y el tradicional chamorro de los viernes junto a mis caifanes. Al cruce con Alexander Von Humboldt miro de reojo a los transexuales acercándose a una interminable fila de autos. Parece que sigo abordo del Topaz 1990 con mis preparatorianos amigos, dando vueltas para debatir si de veras son hombres quienes ofrecen su cuerpo, entre cuchicheos y risillas nerviosas.
Pasos delante. En la esquina con Pino Suárez, a unos pasitos de la Primaria Lázaro Cárdenas, casi vuelvo a ver la sombra del Barrabás vendiendo periódicos en su puesto, presto para la batalla del fin de semana en los tambores, con La Perra Brava en la tribuna de Sol de La Bombonera. Pero guiño y ese puesto de periódicos no está más. La fachada detrás de él tampoco existe ya, pues fue cambiada por un letrero de Se Renta Este Lote. Cruzo Sor Juana. El viejo edificio de la cervecería ha degenerado en el Museo Modelo de Ciencias e Industria. Me veo corriendo en espíritu sobre la esquina con Rayón, con un paquete de papel de medida 20 kilos y unas invitaciones de Primera Comunión bajo el brazo, apurando a llegar a la imprenta en la que trabajo con mi tío, con dirección al Barrio de Santa Bárbara. Tarareo "El Gran Varón" de la Orquesta Guayacán, evocando al Chato y Don Pepe, los chalanes de mi tío.
Apuro el paso y compruebo que el Trío Jardín sigue inamovible esperando dar una serenata, recargados en las cortinas metálicas. Mi recuerdo y sus rostros encajan perfectamente. Frente a ellos, el Hotel Colonial, que me hospeda cuando por única vez, he sido turista en mi propia ciudad. El yo de finales de los noventas asoma por el balcón y saluda.
Pasos delante: el mítico Portal Madero. Algún mensaje me querrá dar el Mariachi Calimaya mientras interpreta "Un Puño de Tierra". Al reojo, mi espíritu mil usos  está entrando a chambear en el Departamento de Becas de la Secretaría de Educación, a unos metros, sobre Ignacio Allende.
Tal y como Don Santiago Fischbein, la silueta del hombre bigotón que saluda ceremoniosamente a mi papá, sigue esperándome imaginariamente a la entrada de la Zapatería Albano, con unos mocasines envueltos. Al reojo también, del estacionamiento As que se ubica sobre Mariano Matamoros, vuelve a erigirse en mi frente el Cine Rex en que mamá nos lleva a ver la última película de La India María. Ni el recuerdo queda de ese edificio fantástico.
La Concha Acústica no me dice mucho, salvo las veces que me quedo hipnotizado, los jueves por la tarde, viendo a los viejos bailar danzones, aunque ahora sólo haya basura arrastrada por el viento y un par de almas cruzándola lentamente. ¿Qué será de este lugar cuando el cabello gris me cobije?, quizás hasta aprenda a bailar danzones. Mix Up sí transmite. Aquí, cuando en este viaje en el tiempo es Discolandia, intento conseguir el estreno "Fear Of The Dark" de Iron Maiden., regresando una y otra vez para verificar si les ha llegado el título que vi en una revista. Tarareo "Be Quick Or Be Dead", irónicamente.
Me duele llegar a Nicolás Bravo. Muchos degeneres en este sitio. La camisería donde mi papá solía comprar su ropa se convirtió en un puto Mc Donalds, los Helados Élite devinieron en una zapatería y para acabar de joderla, la sastrería de mi Tío Abuelo es parte de la que ahora es la Notaría Pública de Alberto Maya Schuster. Esa cortina metálica nunca volverá a abrirse para mostrar al Tío Rafa cortando un casimir, aunque en mi mente la proyección es nítida. A un ladito, junto a la entrada del despacho donde litigaba mi papá, hay un anuncio despintado de una cerrajería. Casi se me escurre algo de los ojos al ver mi efigie yendo y viniendo, agarrado de la mano de mi jefe mientras saluda a un montón de personas que encuentra a su paso.
Pasos delante. Detengo en José Vicente Villada. Me veo caminando con el cabello a media espalda, yendo a comprar discos usados a Miguelito y al Tigre. O saliendo de hacer mi servicio social en el Consejo Estatal de Población.
Alcanzo a ver Villada en casi toda su extensión, hasta la Iglesia del Ranchito. Me viene una ráfaga de imágenes, como metralla. Estoy saliendo de un toquín en El Sótano; de comer tacos en El Campeón; de coronar una victoria en Billares Versalles yendo hacia las tortas de La Alameda; de escuchar banditas de pocamonta en el Area Chica todos los jueves; de comprar dulces importados en El Dollar; de correr hacia la Glorieta del Águila para celebrar 23 años de amarguras pamboleras; de comprar el último número de la Metal Maniacs y un Ziggy para mi primer novia, en el Sanborns. Aquí caigo en cuenta que casi todas las calles de esta ciudad tienen una anécdota escondida. Que por fea que sea, esta es mi casa. Que no importa si me voy por mucho tiempo, siempre querré regresar aquí. Ahora entiendo el sentido de quien le puso el apodo de "La Bella", aun sin serlo.
"Poco queda de la ciudad donde crecí, pero en mí algo se ha quedado, inmóvil", pienso con melancólica vanidad. Pasos delante, silbando, me pierdo por ahí.

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad"

Jorge Luis Borges. El Aleph