jueves, 25 de febrero de 2010

Los Peregrinos


Tanta devoción me agüita. Y no es que critique que docenas de miles de peregrinos completen maratones para llegar a un templo para un motivo tan inútil. Tan inútil que en la era de la civilización, resulta indispensable.

Peor, que semejante gesto de mansedumbre se corone con unos manoteos de Norberto Capone Rivera y su bendición para repetir el ritual al año siguiente. Desde la comodidad de mi balcón, pensar en una fe tan servil me resulta vomitivo. Será que no la comprendo.

Lo que sí comprendo pues, es que estos ríos de gente colapsen las carreteras como daño colateral. Todavía más: lo respeto. Porque no pretendo hacer cambiar de parecer a nadie, incluso me banco el caos y las noches de cohetones de las fiestas patronales. Estos pequeños estallidos que resultan una patada en el arco para quienes queremos dormir, pero que para ellos tienen trato de un mérito que el santísimo comprueba desde las alturas.

Aun con que me jacto de ser un blasfemo consumado, no tengo reparo en quitarme el sombrero cuando me meto a metichear a los templos. Incluso a veces, escucho atento los motivos de los fieles pese a que para mí no lo son. Porque cada quien su viaje. Y que viva la diferencia.

Lo que no se me resbala en días como este es que la pinche virgencita no le haya enseñado a esta gente que no se debe dejar un chiquero a su paso, sea cual fuere la justificación. Me recontra-surra pasar por donde dejan su marca, como si las montañas de basura fueran la pipí de su Diosito marcando territorio. La mugre que se genera, sólo reafirma el grado de ignorancia en torno a este acto solemne.

En el terreno de lo personal, el mayor provecho de esta cobertura periodística no ha estribado en la nota dura, sino en respirar el trance que provoca que esta multitud complete semejantes trayectos con estatuas e imágenes a cuestas. Y no encuentro diferencia entre esta imbecilidad y la de quienes tienen recursos, viajan al Vaticano y compran bendiciones papales. Tedio. Inocencia.

Casi se me cae la baba de la incredulidad una vez que escucho al obispo toluqueño Panchito Chavolla dando misa, remarcándoles el complejo de inferioridad. Porque esos "ricos" le apuestan a su dinero y por tanto tienen infierno asegurado, mientras los "pobres" tienen cielo garantizado por ser fieles a Lupita. Sólo por eso.

Qué importa que muchos de ellos sean unos holgazanes el resto del año. Qué importa que otro buen número de peregrinos linchen a los ladrones en sus localidades por delitos no comprobados. Que les peguen a sus mujeres. Que exploten a sus niños. Que macheteen al compadre por las cosechas mal negociadas. Que vean mal al vecino y hablen a sus espaldas. Que trancen con la saña de un político aun cuando el botín sea una cubeta de tamales. La fe en la Guadalupana, según estos cabrones, es la llave de la entrada al reino de los cielos. Del amor y del respeto a nadie se le ocurre hablar.

Me da coraje, pero casi con ternura admito que a la vez, también admiro a toda esta banda a la que la vejez le pela los dientes para cumplir sus mandas y dejan a su paso, además de una estela basura y caca, una lección de determinación.

Insisto, tanta devoción me agüita.



domingo, 21 de febrero de 2010

El Color

Sueño. Profundo. Abro los ojos en cuanto los cierro. Pierdo la dimensión.

¿Quién, o qué soy?

En un tris estoy reptando por las paredes y cobro la forma de un librero postrado en un lienzo. Quiero hurgar en las páginas de sus inquilinos pero están cerradas, apenas me cuelo entre las carátulas y me deslizo en sus lomos. A pesar de mi omnipresencia tengo mis límites.

Un dedo divino apaga el interruptor.

La siguiente imagen me tiene devorando un césped lleno de origamis. Pierdo fuerza en las formas más complicadas del papel, en otras partes simplemente desvanezco y caigo en cuenta que mi reino se pierde en las sombras. La oscuridad el peor enemigo o el amante a modo.

El dedo divino hace un clic.

Soy y dejo de ser. Destellos. Ahora soy precisamente una sombra que baila en un carnaval de intermitencias, intimo en cientos de rostros que parecen estar en trance bajo un beat misterioso.

El dedo.

Alguien me sacó a pasear. Me deslizo a lo largo del pavimento, pero mis brazos tienen final a corto alcance, como cuando en la realidad fuera del sueño quiero agarrar un puñado de cielo. La superficie es mi imperio.

Off.

Resulta que hay otros como yo. La suma de estrechar sus cuerpos tiene como sobrante a otros parecidos a nosotros, pero menos nítidos. Cuando no bailamos en armonía nos embestimos violentamente uno al otro, provocando abruptos.

On.

Soy uno de los otros, esos que no se ven cuando estamos despiertos, los que no están registrados por el ojo humano. Forma, más no fondo.

¡Soy un color que no existe!

Y existe.


NOTA AL PIE: nunca he sido asiduo a ningún tipo de enervante, pero a veces tengo sueños que rayan en lo inexplicable, como cuando no tengo cuerpo porque soy un color.

La Espina

martes, 16 de febrero de 2010

El Puente

De 60 minutos a 80 Gb

Toda mi vida está asociada a sonidos. Puedo recordar con más nitidez una situación más por el oído que por cualquier otro sentido. Aunque no aplica a todo, es muy común que un sonido me arranque una carcajada o me apachurre y entonces se salgan las de cocodrilo.

Claro que hay conjuntos de sonidos más sabrosos que otros, y es precisamente en los millones de momentos que otros han tenido en la inspiración que encuentro este placer incomparable.

El recuerdo musical más antiguo lo tengo registrado gracias a los Pitufos y el Padre Abraham. Desde entonces la música ha sido toda una función en mi vida, al principio por padres y hermanos, luego por situaciones que de simples han pasado a memorables, con amigos, mujeres o momentos de encuentro.

De escuincle recuerdo las milongas, los acetatos de Cuco Sánchez, al gorrioncillo pecho amarillo, a Infante, Negrete, a la Bartola de Chava Flores, al fonógrafo de los recuerdos en casa de la abuela y a Juan Gabriel y la Tremenda Corte a bordo del Renault 12 color naranja en que mamá nos llevaba por el mandado.

De menos imberbe vino la época en que mis hermanas estaban vueltas locas por Timbiriche y Flans, afortunadamente ese gusto me duró muy poco, porque entonces vino Depeche Mode, Tears for Fears y la Botellita de Jerez.

A propósito de guardar mis sonidos favoritos en una cajita musical, uno de mis mejores recuerdos se encierra en un casete virgen de 60 minutos que papá me regaló para que grabara lo que quisiera.

Entonces tardes enteras se consumían escuchando todas las frecuencias de radio que un aparato marca Fischer permitiera, cuando archivaba canciones de Queen, Prince y Def Leppard con todo y retazos de cortinillas y anuncios. Entonces toda mi vida musical cabía en dos lados de media hora.

En lo posterior me dediqué a comprar casetes vírgenes para grabar mis canciones favoritas en vez de gastarlo en dulces. Tiempo después ya me daba por saber el nombre de quienes me hacían las tardes enteras y de sentarme a traducir las letras de mis rolas favoritas, aunque seguía sin entenderlas por completo.

Ahí entendí que hay música que me gusta y otra que no me gusta. Que no hay música "buena" ni "mala". Hay gustos y punto.

Poco después vinieron las grabaciones profesionales con mis primeras propiedades musicales en original que fueron el "Flesh and Blood" de Poison y el "And Justice For All" de Metallica.

En tres tiempos los acetatos devinieron en casetes, se convirtieron en discos compactos y de ahí a canciones digitales. A hoy tengo más de 25 mil canciones, más de la mitad de ellas en un aipod cuyos 80 gigabites de capacidad chingaron a su madre. Y todavía hay momentos en que ridículamente lamento “no tener nada para escuchar” a pesar de tener de casi todos los géneros y para cualquier estado de ánimo.

No tengo más espacio, y todavía hay tanto por escuchar, tantas canciones a las cuales ponerles la estrellita de un recuerdo, sea bueno, sea malo.
Por eso a veces todavía quiero grabar mis favoritas en un cassete de 60 minutos.

El Clasificado


¡Esas son ganas de trabajar!