martes, 6 de mayo de 2014

Fotografías Que Cambian Vidas


Es la noche del 24 de Mayo de 2008. La vida de Daniel Solís Mendieta y su familia está por cambiar para siempre. Un niño de ocho años cuyos juguetes caben en una bolsa de Oxxo, no sólo cambiará su percepción del mundo, sino que nos dará a muchos una lección a raíz del episodio que está por protagonizar.
En una famélica callecita de tierra del municipio de Lerma se celebra una fiesta de XV años. Es un 24 de mayo como cualquier otro. Un día de celebración.
La música de banda atrae la atención de casi todos los habitantes de la Colonia 5 de Mayo, en Lerma. Elizabeth todavía no termina de empolvar su vestido y guantes blancos, cuando la alarma latiguea los corazones de cada uno de los invitados.
Daniel es atacado por cuatro perros Pitbull poco después de que Karina Torres, su vecina, le pide cuidar unos borregos a cambio de una moneda de diez pesos.
El niño se está saboreando las golosinas producto de su trabajo, a media fiesta, cuando queda incosciente, bajo la ferocidad de cuatro animales  a los que les dejaron la jaula abierta.
Los perros obedecen a su instinto. Con derroche de brutalidad embisten el cuerpecito esbelto de poco más de un metro de estatura.
Para cuando los mayores se dan cuenta y le quitan a los animales de encima, Daniel ha perdido abundante sangre. Su cuero cabelludo está separado de su cabeza, dejando casi la mitad de su cráneo de fuera y tiene la mejilla derecha hecha jirones, además de huellas de colmillos cerca de la yugular, brazos y piernas.
La impresión de los adultos es tal, que suben al niño a un automóvil con rumbo a un hospital cercano, olvidando incluso el pedazo de piel cabelluda en el jardín donde fue atacado y los perros replegados.
Casi tres horas después del ataque ingresa a urgencias en el Hospital Nicolás San Juan, en Toluca. Dos intervenciones quirúrgicas. El niño cae en coma, mientras que los doctores anticipan a la familia el peor escenario.
Daniel Solís Mendienta está muriéndose.
Unas horas después, la futura promesa del futbol nacional, da la sorpresa. El niño más aplicado de su clase da una lección para no olvidar, haciéndole una gambeta a la muerte.
Es la mañana del 25 de mayo de 2008. Ricardo González, paramédico de Protección Civil de Xonacatlán que atiende el incidente, consigue mi teléfono y asegura que tiene una historia que puede interesarme.
Luego de explicarle que no compro fotos, hago una mueca al ver de lo que se trata. La sola imagen describe toda la escena.
En este momento sé que la historia de Daniel tiene que ser contada.
Levanto los datos duros, platico con algunos testigos, pido que me lleven a donde están los perros, los nombres de los padres del niño, el hospital al que lo han llevado.
Hago algunas fotografías de los animales que lucen tímidos ante el lente, como si la luz de día los amansara. Envío un adelanto de la nota.
La redacción del periódico estalla. Tengo carta abierta para llevar la historia, siempre y cuando obtenga la autorización de los padres de Daniel para llevar una foto pequeña como llamado en portada. Una fotografía que cambiará vidas. Una fotografía brutal.
A lo largo de horas de angustia, Teófilo Solís y Sonia Mendieta apenas han visto a su hijo. Todo se resume en mal comer, mal dormir y mal vivir en la sala de espera del Hospital Nicolás San Juan. Largas horas que se van en rezos o lágrimas que van y vienen.
Estoy frente a los papás de Dani, procurando convencerlos de dar seguimiento al caso y sobretodo, que los doctores se pongan a chingarle a sabiendas que lo de su hijo está a punto de volverse un asunto público.
Obtengo una autorización no muy convicente, mientras se me seca la garganta explicándoles que desafortunadamente, hay cosas que no funcionan en este pinche país si no están expuestas a la opinión pública.
"Entré y lo abracé, le dije que lo quería mucho", me dice la mujer que trabaja como sirvienta, con la voz eclipsada por el dolor, mientras comienzo a grabar testimonios.
"Se le escurrieron sus lagrimitas y me preguntó si estaba enojada por lo que le había pasado", relata Doña Sonia tras cruzar palabra con su hijo.
En algún momento entre el ingreso al hospital y las operaciones que derivan en coma, Daniel está despierto. Le dejan ver a su mamá, a quien explican que esta puede ser la última vez que lo verá con vida.
Con la primer publicación del caso en los puestos de periódicos y con uno bajo el brazo, Don Teófilo cruza sus primeras palabras conmigo. Me agradece dar a conocer la historia y este lunes 26 de mayo, se lamenta no haber ido a trabajar como albañil, con tal de estar lo más cerca posible de la cama 142. No tiene varo ni para un taco.
Recuerda que el sábado, antes del mole quinceañero de otra de sus vecinas, pedaleó con Daniel subido en los diablitos de su bicicleta. Jugaron a que iban en una motocicleta.
"Después se metió a la casa, se salió y andaba en la pachanga, hasta me mandó un saludo con los del conjunto musical, fue la última vez que lo vi", dice el padre, sin poder reconstruir adecuadamente la secuencia de sucesos que derivaron en esto.
 Al interior del búnker, el pediatra Raúl Saucedo y la sicóloga Sandra Pichardo confirman en entrevista que lo del niño es un milagro, ya que está reaccionando favorablemente y ha salido del coma, pero también adelantan lo sospechado: la historia clínica y sicológica de Daniel va para muy largo.
Tras unos días en vilo, el niño mejora a cada día, aunque sin razón aparente, las heridas se infectan. Daniel va nuevamente a cirugía con posibilidad que no despierte.
"Le tuvieron que amarrar sus manitas, es que sabe, mi hijo es muy inquieto y es para que no se quite las mangueras que le pusieron en todo el cuerpo", gime Doña Sonia, como disculpándose conmigo.
"Me dijo que tenía miedo, que le daba miedo hasta dormirse", repone la mamá, notablemente exhausta. Explica que los pocos minutos que ha podido ver a su niño, no deja de temblar ni de decir que tiene frío. "Frío como el que nunca había sentido".
Al tiempo que el chaval libra la peor parte, la historia da un giro. Los lectores comienzan a conocer un poco a aquel chamaco latoso que se dice el fan número uno de las Chivas Rayadas del Guadalajara y que es el primero de su clase en la Primaria Rural Emiliano Zapata de la localidad de Pueblo Nuevo, en Lerma, a donde a diario tiene que caminar para llegar a ser el mejor en matemáticas.
Pero todo esto viene de rebote. Yo no lo conozco. Sólo cuento aquello que me cuentan.
También sabemos que su hermanita Nancy, de apenas 3 años, no ha dejado de preguntar dónde está "Nani". Que ambos niños duermen en la misma cama individual junto a su madre en la casa que después he de conocer.
"Dice que quiere ser arquitecto o ingeniero, también que le gustaría ser piloto, marinero y futbolista, pero nada más de sus Chivas", reza una de sus tías, esbozando la sonrisa característica de quien está recordando a alguien como si lo tuviera a un lado.
Una vez estabilizado, un batallón de doctores reimplanta el cuero cabelludo con la técnica del Vacío Asistido por Computadora, siempre en terapia intensiva.
Pascual y Karina Torres, dueños de la casa donde Daniel fue atacado, prometen ayudar con los gastos de hospitalización, pero poco después se desentienden hasta desatar un pleito legal que igualmente, va directo a alargarse y enredarse. Los cuatro perros son sacrificados diez días después de permanecer en observación bajo el visto bueno de las autoridades municipales, que sólo determinan que no tienen rabia. ¡Vaya conclusión!
Daniel libra una nueva operación. Vuelve a la consciencia. Acuerda con su madre ir a dar gracias al Señor de Chalma en cuanto salga del hospital, pero no deja de suplicar que lo dejen salir, pues lleva ya más de dos semanas internado, sin siquiera poder ponerse de pie, viendo a diario nuevas enfermeras y especialistas.
Al caer en un pequeño bache en el seguimiento de la historia y aun sin oportunidad de cruzar palabras con Dani, voy a buscar la primaria donde dicen, es el azote del salón.
Ahí, al hablar con su maestra Josefina, quedo frente a la clase completa. Nunca me enfrenté a un salón lleno de niños, pero me sacudo el pánico escénico y pido a los chavales que hagan un dibujo para filtrarlo a la cama 6 de la Unidad de Niños Quemados, donde Dani ha sido trasladado.
Casi ninguno de estos niños deja de dibujar balones de futbol o aviones. Todos preguntan si sé para cuándo estará de regreso. Encojo los hombros y hago esa carita de pendejo que se hace cuando no se sabe qué responder.
"Todos nos pusimos tristes con tu noticia", escribe Dennis con poca noción de caligrafía. "Sé que nadie me va a molestar más que tú", reclama Adriana en son amistoso. Ambas coinciden que Daniel es campeón en aquello de jalar las trenzas. Todas estas muestras de afecto van directo al hospital vía Doña Sonia.

Y entonces, otra sorpresa brinca durante la cobertura del caso del niño atacado.
El impacto mediático comienza a hacer lo suyo. La ayuda comienza a fluir, teniendo como primer gesto al señor de los tamales entregando una bolsa llena de monedas a Doña Sonia.
"Señora no es mucho pero es lo que juntamos los vendedores de aquí", dice el mister de los tamales oaxaqueños sobre la explanada del hospital, justamente cuando estoy junto a la mamá de Daniel. Al voltear, un nudo se me hace en la garganta al ver un periódico en el carrito de las guajolotas donde está publicada una foto de la señora.
Durante varias jornadas, me consta que la gente comienza a reconocer a Doña Sonia. Cada día, la mujer tiene un nuevo amigo a la salida del hospital. Envían cartas o muñecos de peluche, lo cual al menos ayuda a la mamá de Daniel a sobrellevar el asunto.
Mario Vilchis, propietario de una tapicería cercana al hospital, envía una Tortuga Ninja de plástico luego que se entera que todos los juguetes de Daniel caben en una bolsa de Oxxo. También me consta que dona 10 mil pesos para los gastos que han de venir.
"Mi padre alguna vez me dijo “si ves a un niño con hambre dale un pan y si ves a un borracho dale trabajo”, dice Vilchis, agradeciéndome dar a conocer la historia por la cual, no deja de leer el periódico a diario, desde que se desató este embrollo.
Víctor Sánchez se entera de lo de Daniel gracias a los chalanes de su taquería, en Ecatepec. Es tal el sentimiento que lo mueve, que termina apadrinando al menor al cabo de varias visitas a la capital mexiquense. Incluso le va a cumplir el sueño de tener su primer bicicleta propia.
Doña Gabina le manda a hacer dos misas después de leer su historia. La cuenta final de ayuda recopilada a través del periódico es de más de 40 mil pesos para los gastos médicos. Una cantidad que los padres de Daniel nunca imaginaron.
A veces, al llegar a casa, pienso que mi único objetivo es dar a conocer una historia. Me rehúso a generar simpatías, pero ver las respuestas de la gente quedo dubitativo. Mi compañeros Héctor López y Tania Hernández hacen los seguimientos durante mis descansos. Buena parte del crédito también es de ellos.
En la repartición de créditos también está el editor, Javier Garduño, quien se encarga que la historia se publique en la sucursal del periódico en Guadalajara. Pocos días después tenemos al departamento de comunicación de las Chivas Rayadas ofreciendo una playera ¡autografiada! para Daniel.
Y no sólo eso. Junto al jersey a una llamada telefónica de su ídolo, el portero Luis Michel.
Casi un mes después del 24 de mayo, finalmente conozco a Daniel en persona.
Garduño cuadra el envío de la playera desde Guadalajara. Yo me encargo de seducir al director del hospital y obtengo como respuesta una autorización para entrar al área de terapia intensiva, además del telefonema sorpresa entre Daniel y el portero del Rebaño Sagrado.
"Felicidades, es tu buena acción del día", dice mi editor, vía messenger. Le respondo que el mérito es compartido.
Me encargan escribir la historia, mi colega y carnal Korín De la Cruz tomará las fotografías.
Las enfermeras aseguran que somos los primeros periodistas en visitar esa área. Al vernos vestidos con los disfraces azules de hospital, Daniel ve a dos extraños más. Dos de tantos. Lo que no sabe es que afuera hay todo un revuelo por las consecuencias del ataque de los perros que hemos contado.
Romper el hielo con una personita que lleva casi un mes hospitalizado no es fácil. Hablamos de la Eurocopa del 2008, de las Chivas, el América y el Toluca. De comida y postres. De su mamá y Nancy. De quién es más gritón en su salón. A todo responde con cierto desgano.
Entonces, la sorpresa. Ve la playera de Chivas con incredulidad. Piensa que se la estamos presumiendo. Al saber que es suya, no alcanza a sonreir por completo debido a las cicatrices de su mejilla derecha.
Le pasamos a Luis Michel por el teléfono, a quien no le recomendaron otra frase que la de "tienes que echarle muchas ganas, todo va a salir bien". Como sea, el niño se emociona, su ídolo al celular. Sonia Mendieta vuelve a llorar, pero esta vez para decirnos que no tiene cómo agradecernos lo que acabamos de hacer por su hijo. Con etiqueta de premonición, recordamos lo que platicamos unas horas después del ataque, aquel 25 de mayo. Las páginas de nuestro periódico han hecho tanto por la vida de su hijo. Y seguirán haciéndolo.
Aunque Dani permanece hospitalizado un total de 39 días en una institución pública, su tratamiento además de difícil es muy costoso. Cuando lo dan de alta, las deudas llegan a casi 300 mil pesos. Pero la mirada de un medio de comunicación hace lo suyo y el seguro popular surten su efecto y la familia termina pagando 2 mil 500 varos, además de tener al menos diez citas gratuitas para los seguimientos.
Me encojo de hombros al conocer las cifras sobre ataques de perros, sobretodo porque así tengo noción de cuántos Danieles hay regados solamente en el Estado de México.
Según cifras del Departamento de Zoonosis y Veterinaria del Instituto de Salud del Estado de México, en solo cinco meses del 2008, tienen registro de 5 mil 221 ataques de perros. En 2007 la cifra rebasa 14 mil ataques registrados, con tres muertes de menores de edad confirmadas en municipios como Xonacatlán, San Felipe del Progreso y San Antonio La Isla. Todas a causa de mordeduras parecidas a las de Dani.
Rascándole un poco más al asunto se descubre lo sospechado: no hay legislación vigente que castigue a dueños de animales por heridas que pongan en riesgo la vida humana.
Pascual y Karina Torres, los dueños de los animales que atacaron a Daniel, ni siquiera le dieron la moneda de diez pesos que le prometieron por cuidar a unos borregos. Tampoco pusieron un quinto para su rehabillitación. Con todo y averiguación previa abierta, la LER/III/1399/2008, la justicia permanece con las puertas cerradas para este niño y su familia.
Aparece en escena el Diputado local por el PRD, Domitilo Posadas Hernández, lamentablemente con la única intención de salir en la fotografía. Promete una iniciativa de ley para reglamentar situaciones como esta, pero su política figura desaparece en cuanto Dani es tema de seguimiento y no de portada. Otra Diputada local, Selma Montenegro, se sube también al camión.
En una entrevista con Posadas, pregunto a micrófono abierto si no le da vergüenza colgarse del caso del niño para llevar agua a su molino. Sobra versar sobre lo que responde.
Llega el día del alta médica. Es 2 de julio del 2008. Han pasado 39 días de encierro. Aun con la playera de Chivas, Daniel no ha podido sudarla. A lo largo de todos esos días y sus noches, la pequeña Nancy no deja de preguntar por su "Nani". Cuando finalmente se reúnen los hermanitos, no hay motivo para alegrarse.
Es mediodía. Dani sale caminando del hospital de la mano de sus padres, quienes se miran feo entre sí. Sus primeros pasos paralizan a la gente afuera de la institución. El niño luce heridas que desde cualquier ángulo llaman la atención.
Y lo que se supone será felicidad para los hermanitos en su reencuentro, solamente son más lágrimas. Nadie sabe explicar a Nancy que su hermano mayor lucirá distinto. Ella ve un monstruo.

"¿Y si ya no me quiere?", gime Daniel con el rostro apenado, luego que Nancy le huye a las faldas de una de sus tías. Se nota que se siente culpable. Culpable de que los perros lo atacaran. Culpable de la preocupación a sus padres. Culpable de 39 días encerrado. Culpable del susto de Nancy.
"Tú eres el niño más bello y valiente de todos y no importa lo que haya pasado, en tu familia te queremos con todos nuestros corazones", responde su madre con una firmeza en la voz muy diferente al tono apenado con el que suele expresarse.
Todos lloran esta tarde. Dani por el miedo de ser rechazado por su hermanita menor. Nancy porque le cambiaron a su hermano mayor. La mamá de ambos por la notoria impotencia. Alfonso García por pura solidaridad. Pinches lagrimones manchados.
Solo así me cae el veinte de que hace tiempo falté a la máxima periodística de no generar simpatías con mis fuentes. De ser imparcial mientras cuento una historia. Oficialmente y por primera y única vez en mi carrera como periodista, algún sentimiento tengo por el protagonista de mi historia. Me siento orgulloso de hacerlo mientras me sueno los mocos y me seco las lágrimas con la camisa.
A cada visita al cuarto ubicado en la comunidad de la localidad de Santa María Zolotepec, casa de los tíos del niño a donde lo han llevado a convalecer, Daniel, su mamá y el resto de la familia dejan de verme como a un extraño, aunque siguen hablándome de usted. Así pasan los días, hasta ahora, que es 21 de julio. Daniel cumple nueve años de edad.
Es la primera vez que hay tanta atención centrada en él. Su primer piñata, su primer pastel, sus primeras bolsas de dulces para repartir entre los invitados. Nunca antes, hasta hoy, ha tenido una fiesta de cumpleaños, ya que hay otras prioridades que atender.
Don Víctor Sánchez no sólo llega al lugar con una piñata de Místico, el luchador favorito de Daniel, también con una bicicleta.
Dejo dos pasteles y unas velitas sobre una mesa de aluminio oxidado y me acomodo en una silla de plástico, en la cocina del lugar, a donde Doña Sonia me ha llamado para agradecerme por enésima vez, todo lo que nos ha pasado.
Afuera, a lo lejos, se alcanzan a escuchar risotadas y porras en la calle. Mientras inflamos globos, previo a la fiesta, Doña Sonia se pone seria y me dice que Teófilo no se aparecerá más en escena. Su aun esposo tiene otras obligaciones que cumplir, con su otra mujer y sus otros hijos. Esta familia es de tres.

Me tiemblan las patitas por el trato de rey que me dan todos y cada uno de los asistentes a la fiesta. No veo cómo negarme al queso de puerco, ni al chicharrón ni a los pollos recién desplumados. Me hago todo lo buey a los ojitos de las primas adolescentes de Daniel. Al regreso a casa desde Santa María Zolotepec, llevo conmigo dos litros de mole poblano, un pollo entero hervido, un topper lleno de frijoles parados y un petate lleno de tortillas azules hechas a mano. Insisten tanto en que los tome que por un momento me avergüenzo de quitar protagonismo al niño. Al otro día compartiré este festín con mi mamá, mis hermanas y sus cuatro chamacos.
"Hace como dos meses se despertó en la noche, brincó y como que quería salirse del cuarto, dijo “¡ahí están, ahí están!”, entonces como dormimos juntos le dije que se tranquilizara, que no había nada", recuerda Doña Sonia, luego que mis visitas se fueran haciendo de a poco más esporádicas.
El caso queda resuelto. Paulatinamente, el niño se ha ido reintegrando a su mundo, han transcurrido 14 minutos de su fama. En cuanto esto se va dando, sé que es momento del desapego. Mi labor aquí ha terminado. Y con qué enseñanza.
Las veces que vuelvo a verlo, no deja de retar a una cascarita. Afortunadamente habla poco del ataque, aunque hay noches en las que los cuatro perros vuelven a la carga.
Su madre pide consejo nuevamente. Es 4 de septiembre. No tengo más que recomendarle que no deje de llevarlo al psicólogo que le asignaron y que si hay alguna otra cosa que suceda y amerite publicarse, no dude en llamarme. Todo peligro ha pasado y es entonces, que mientras lo miro patear un balón frente a los muros de tabicones sin pintar, sé que esta es la última vez que lo veré, al menos con ojos de amistad.
Echamos unos penales a la vieja usanza. Los suéteres son la portería y apostamos una Coca Cola. Pierdo por supuesto.
Por ahí le pregunto qué quiere hacer de su vida, como para imaginármelo, pues es casi seguro que no estaré ahí para comprobarlo.
"Quiero ser ingeniero porque me gustaría construir puentes y una casota para mi mamá, también quiero ser futbolista e inscribirme en las Chivas", dice entre que da un sorbo a la Coca y se come unos Churrumais.
Ahora agradezco a la madre de Daniel no haberme dado docenas de notas periodísticas, sino hacerme tantito más humano después de ver todo lo que su hijo despertó en quienes leímos su historia. Se me ponen los ojos de Remy cuando Sonia Mendieta y sus dos hijos van desapareciendo en la calle peatonal de esta comunidad semirural, a guardarse al cuartito donde están de arrimados, porque no tienen casa propia.
Conduzco rumbo a mi casa, sabiendo que esta historia llegó a su fin, pensando en que algún día me gustaría saber del debut en Primera División de Daniel Solís Mendieta con las Chivas, mínimo en un clásico contra el América. También fantaseo en pasar conduciendo sobre un puente dirigido por este gladiador. Ya de perdis saber que se convertirá en un hombre de bien, aunque nunca salga de este pueblo.
Me voy pensando en todos los que intervinieron en que esta historia haya acabado así. Desde el paramédico que le tomó la foto (porque sin esa foto, no habría habido historia) hasta enfermeras, especialistas, psicólogos, maestros, niños, tapiceros, taqueros, diputados, tamaleros, otros periodistas, repartidores de periódicos y Luis Michel. Chingón, un agradecimiento para todos.
Un año después regreso para saludar. Es veintitantos de mayo del 2009, previo a una crónica que ha de publicarse para dar testimonio de que todo ha vuelto a la normalidad en la vida de la familia Solís Mendieta. Daniel también es el primero en matemáticas en su nueva escuela y esta vez, su madre vuelve a agradecerme haber estado cerca, durante los días críticos. Las cicatrices de Dani siguen siendo ofensivas para un niño al que le prometieron diez pesos por cuidar a unos borregos. Nos echamos un último gol-para antes que de una vez por todas, su historia quede para el recuerdo.
Nunca, nunca, nunca, olvidaré esta lección… ¡un niño de ocho años haciéndole una gambeta a la muerte!.