martes, 29 de junio de 2010

La Racha



La última vez que vi a los cuatro hermanos de mi papá juntos fue en su funeral, hace casi 16 años, razón de más para asistir a esta última reunión familiar. Claro que la racha continúa luego que mi tío Jorge cancelara de último minuto, pero al final, sí, qué tarde tan suave.
Una botella de vino por piocha fue suficiente para deleitarme con las historias del barrio donde comenzó la historia de los García Mondragón y poder conocer detalles hasta ahora ni imaginados.
El que más me impresionó fue el relatado por Alfonso García Mondragón del episodio ocurrido en algún momento de los primeros años de los cincuentas que tuvo como protagonista a Alfonso García Manjarrez, su padre, mi abuelo.
La anécdota ocurrió probablemente en 1952, cuando Adolfo Ruiz Cortines estaba haciendo campaña en Toluca como el candidato oficial a la Presidencia de la República.
Aunque el momento carece de exactitud lo creo ciegamente nada más por venir de la memoria de un testigo presencial de 13 años de edad. Un convoy militar se detenía sobre la calle de Josefa Ortíz de Domínguez, en el Barrio de San Sebastián, cuando Ruiz Cortines interrumpía su trayecto, cruzaba la calle a pie y saludaba al abuelo efusivamente.
No puedo dejar de maravillarme pensando en que Alfonso García Manjarrez, ese hombre que forjó cinco hijos después de los traumas que le dejó la época revolucionaria efectivamente rechazó la Dirección de Aduanas tras recibir un telegrama proveniente de Los Pinos, únicamente con el argumento de que no quería hijos vagos con dinero.
Más me maravilla pensar que no fui el único reportero en toda la estirpe García y entonces me he propuesto buscar las notas del periódico El Nacional donde aparezca el crédito del corresponsal toluqueño Alfonso García. Una aguja color paja en un pajar para buscar.
Cuentan que al abuelo le enfadaba comer tortillas frías, que le fascinaba el mole rojo, que pagó parte de la casa de la Colonia San Bernardino con aquellos pesotes de oro y plata, que la única herencia que dejó a sus hijos fueron centenarios de la revolución perdidos con el pasar de los años... el mismo que curiosamente es de quien tengo mi recuerdo más antiguo.
Según las fechas, el primero de los Alfonsos Garcías murió cuando el tercero tenía tres años, en 1982. No sé entonces explicar la imagen de ese anciano sentado en una silla de metal que una vez fue parte de un ferrocarril, con las piernas cubiertas por una cobija, mirando hacia abajo, taciturno, en el pasillo ubicado a un costado de la cocina de la casona estilo californiano. Un truco de la mente, quizás.
Tantos años después me he venido a enterar que mi papá jugaba como defensa en el Real San Sebastián y de las épicas batallas amateurs libradas en los llanos que desaparecieron para volverse las colonias mejor ubicadas de la ciudad.
En blancos y negros casi puedo dibujar el diseño del uniforme color azul cielo del San Sebas e imaginar al “Maestro” y al “Pecas” entrándole duro al trompo en las campales contra Los Vampiros mientras la abuela pegaba el grito en el cielo.
También puedo bosquejar los días más célebres de la Sastrería Mondragón cuando mudó del mítico Portal Madero a la calle de Nicolás Bravo para desaparecer en cuanto el tío Rafael, a quien por cierto conocí de chico, murió de viejo.
Mi tío Rafa me corrió de su sastrería porque le puse en su madre a uno de sus chalanes que me decía Lucho, es que de chavo me parecía a Lucho Gatica y una ocasión se quiso pasar de listo para que hiciera un pantalón que le tocaba a él e iba retrasado.
Ya con los blancos y negros venidos a menos por la revolución technicolor le envidio a Lalo los fajesones en el Jardín Reforma que le valieron una amenaza de muerte, los días de hippismo puro quemando incienso junto a los borregos que después serían banquetes, o las fumarolas en el Festival de Avándaro, la fuga de meses a Guadalajara al ritmo de Las Puertas, Javier Bátiz y el Three Souls In My Mind, antes de casarse con una argentina 16 años mayor que él.
De la juventud de mi papá escuché poco, quizás porque poco pregunté a sus hermanos, supongo que ese será pretexto para otra reunión, una en la que pueda ver a los cuatro tíos juntos, 16 años después.


Alfonso, el sastre; Abel, el as de las argollas; Johan, un ángel para quien todos estamos locos; y Eduardo, el que no dejaba una pa´ comadre

lunes, 28 de junio de 2010

Los Cuatro Grandes


Teatros, anfiteatros, estacionamientos, estadios de todos los tamaños, autódromos, casas de cultura, ágoras, sótanos, restaurantes, hoyos fonquis, multiforos chicos medianos y grandes, librerías, parques, conventos, patios y hasta verificentros han sido algunos de los lugares a los que he ido a escuchar música en vivo, y honestamente nunca creí hacerlo en un cine, mucho menos sin la presencia física de las bandas involucradas.

En un episodio histórico de la música mundial, cuatro de los grupos más reconocidos de la escena metalera contemporánea tocaron juntos por vez primera en tres décadas de existencia de ese hermoso ruido en un festival llevado a cabo en Bulgaria y transmitido a 22 países vía satélite, aunque en algunos como México de manera diferida y editada. Esloquehay.

Como quiera que sea resulta un hecho insólito por las diferencias ideológicas y personales de todos sus integrantes. Metallica, Slayer, Megadeth y Anthrax por un solo boleto.

El hecho se volvió anecdótico por aceptar el pago de 85 pesos por un concierto transmitido en la sala de un cine para ver a estas cuatro bandas que por separado escuché en vivo en 1993, 1997, 1999, 2006, 2009 y 2010 (tres Metallica, dos Megadeth, una Slayer y una Anthrax).

¿Dónde quedó el tráfico para llegar al toquín, dónde quedó el vía crucis para encontrar estacionamiento, dónde el regateo con el revendedor, las filas interminables, las playeras con diseños horrendos, la angustia para encontrar la puerta correspondiente, el chelero más cercano, el nervio pre-concierto, el chichis-pa-la-banda, las banderas en el alambrado, la euforia previa al encendido del escenario?

¡Esto no es un concierto!

No obstante, mi amigo Baloo hizo que una simple proyección fuera un auténtico concierto. Después de comprar refrescos jumbo y palomitas escuchamos Antisocial de Anthrax ya sentados en nuestras butacas mientras él sacaba de su saco un pomo de Bacardí para las cubotas.

Alejandro, el heredero de diez años del Señor Baloo fue probablemente la persona más joven en asistir a la proyección que alcanzó apenas media sala, así que su incipiente experiencia en conciertos y su amor incondicional de hijo hizo que lo disfrutara tanto como los grandes.

Para cuando terminaron los 25 minutos de Anthrax el oso del Libro de la Selva y su charro negro descubrimos que Cinépolis ya vende cerveza a 25 pesos. ¡A huevo!

A lo largo de la actuación de Megadeth lo disfrutamos en grande mientras quedamos sorprendidos con la ejecución de Hook In Mouth y nuestra favorita In My Darkest Hour, ya que el resto de sus 50 minutos fue parte de su repertorio habitual de gira.

Enchelados los que tenemos edad más no el juicio, el pequeño Alejandro le hizo los honores al chocolate en tanto el resto de nuestros acompañantes disfrutaban discretamente del evento (Ricardo y su mujer con pleitos maritales y la ex de Baloo en silencio) mientras empezaba Slayer.

Ahí viene el Dios de la batería. Mejor no lo pudo decir el primer inscrito en la próxima generación metalera al tiempo que su señor padre le enseñaba a eslamear desde su asiento.

Slayer no tocó nada fuera del script durante los 50 minutos de la transmisión que, vale resaltar, no desmereció a la esencia metalera con el alto volumen en la sala Dolby Digital Cuadraphonic 1-2-3-4-5 Super Esterio Surraund and Best Quality Jai Fidelity. Y cuando Slayer toca clásicos, suenan a clásicos.

¿Y Metallica? Pues pan con lo mismo, a duras penas nos emocionó Hit The Lights, el resto lo de siempre. Claro que la diferencia entre duración, intensidad de sonido, escenografía y posición tenían que estar del lado de la banda que en algún momento olvidó que el metal es más actitud que pantallotas y fueguitos pirotécnicos para salir a posar bien guapos para la foto. No nos gustó pues.

Aunque el momento cumbre de la noche fue que miembros de las cuatro bandas tocaran Am I Evil de Diamond Head simultáneamente, me quedo con los instantes en que Baloo le enseñó a su hijo cómo mentar madres en un concierto, a aventar vasos de plástico cuando se presentan fallas técnicas en la proyección, a que en el metal se fuman cigarrillos para disfrutar tus canciones, se queman los sillones por más que uno esté en una sala de cine y se deja un mugrero a la salida porque alguien más recogerá tu basura cuando te vayas.

-Estuvo bien chido el concierto pa´

¡Un capo el pinche Baloo!

martes, 8 de junio de 2010

Pena Ajena II

Para no variar, el sinsabor laboral de cada de vez en cuando. Ya dije que me cae bien el periodismo chillón y no tengo menor sentimiento cuando volteo la moneda y tengo que soportar los lloriqueos de quienes se dicen atropellados por la autoridad.

Hace unos días un tal José Alberto Báez Andrade llamó a la redacción del periódico en que trabajo para denunciar robo y abuso por parte de la Policía Municipal de San Mateo Atenco. Tengo muy claro que los policías monecipales están en los últimos escalones de la evolución humana, dicho sea de paso sin soberbia mi comentario, pero tampoco es para dejarse ver la cara y vérsela a quien me mantiene comprando y leyendo.

De entrada había algo que no encajaba en la denuncia ciudadana. A micrófono abierto, el fulano dijo que estaba comiendo tacos cuando un agente de tránsito lo encaró para que retirara su vehículo mal estacionado, pasando en un tris a los golpes. Afirmó que entre varios polis más lo apañaron, que le botaron 6 mil 500 pesos y lo amenazaron con dejarlo más desfigurado que Elba Esther Gordillo antes de aventarlo por ahí.

Cualquier cabeza periodística que incluya las palabras “abuso" y "policial” se lee, mucho. Me queda clarísimo que hasta ahí no tengo problema, pero el uso de una pluma reporteril implica grandes responsabilidades.

Después de las gestiones para platicar con el director de la policía y el agente involucrado quedé satisfecho con el derecho de réplica que terminó dándome la sorpresa que ya sospechaba.

A través de un video de la Dirección de Seguridad Pública observé a detalle el incidente. La supuesta víctima fue el primero en lanzar trompadas, no sólo se sonó al policía sino que igual manoteó y gritó cual invitado especial de la Señorita Laura. En ningún momento hubo pateos, estampidas ni amenazas.

le pone ahí en su nota que en la Policía son unos gorilas, ¡pero le pone eh!

simón

la culpa de todo esto lo tiene el presidente municipal, ojalá lo consigne en su nota

simón yo lo pongo

y lo quiero en la primera plana del periódico, es más, cuánto va a ser para que salga en la primera plana

¿qué pasó jefe? a mi ya me pagan donde trabajo, no hace falta

me pegaron salvajemente oiga, pura prepotencia, este presidente tiene puros golpeadores que deberían cuidarnos en vez de robarnos

permiso jefe...