miércoles, 30 de diciembre de 2009

El Crujir De Dientes



Dr Frankenstein resultó ser una velada bien divertida. Con José Fors como autor e intérprete de la ópera rock que adaptó de la novela de Mary Shelley, el fundador de La Cuca logró un resultado de mucha calidad. Mucha. Como para agitar la mata y levantar la mano encornada.
Claro que hubo a quien no le gustó, pero eso no es lo que critico. Después de la presentación, entre reporteros de la fuente, tacos y cerveza, una de esas periodistas exquisitas se la pasó lamentando la puesta en escena y lo vulgar que le resultó.
Lástima que muchas veces nos queramos afirmar delante de los demás. "¿A poco no...?", "¿Verdad que...?", "Estarás de acuerdo que..."
Pues no, ni madre, a mí sí me gusto, y un chingo. Si eso me hace un público que se regodea en las migajas pues qué a toda madre.
Además, ¡es José Fors! un músico surgido de la calle, un empírico del rock, el autor de La Señorita Cara de Pizza, como si estuviéramos hablando de genialidades de Conservatorio. No meames. Dicho todo esto de Fors con más admiración que con altanería.
Y si a ti no te gustó, di que no te gustó y no nos subas a tu barquito.
A los que nos gusta la rima simple y el rock directo, Dr Frankenstein es una oportunidad que no se debe dejar pasar. Amén.

martes, 29 de diciembre de 2009

La Enología Del Refrán

El carrito de supermercado generalmente tiene itinerarios ya definidos. De las pastas y cereales se pasa los altos rumbo a las legumbres, de ahí desliza a los anaqueles que sostienen paquetes de 275 rollos de papel higiénico y servilletas de a mil, de vez en cuando se estaciona en los vinos latinoamericanos para cargar un par y rara vez derrapa en la zona de papitas y refrescos.

Refrescos.

Por eso en mi última incursión a la casa de la campeona de los precios bajos compré un chesco. Fue un ginger ale de un litro que tardé casi dos semanas en eructar. Poco después sentí culpa por no apoyar la industria refresquera nacional, aunque acá entre nos me vale madre. Todo a colación de la lectura de una columna de Guillaume De Sheridan que leí en un número atrasado de Letras Libres titulado “La Gran Guía Pochette del Refresco Mexicano”. Un enólogo el cabrón.

De Sheridan (no sé porqué sospecho que lo del nombre es una vacilada) define a la clásica Chaparrita como Les Vieilles Chaparrits Du Naranjeau de esta forma:

“Esta etiqueta venerable se sitúa en la más vieja ruta de refrescos de esa zona privilegiada que es el circuito industrial de Azcpotzalqueau-sur-Canal-du-Desagüé (…) una breve maceración de los saborizantes produce una bebida semi-opaca afrutada, de amigable trato a la nariz y ataque demoledor a la papila. Refresco de la clase “no gaseosa”, es placentero al tiempo y en la mañana, especialmente en su versión a la piñá. La mejor cosecha por desgracia, es casi inencontrable: la embotellada antes de 1998”.

Y al elixir primo de los Caballitos de esta forma: Domaine Du Barrilits Du Docteur Brown, donde explica:

La casa Docteur Brown ha estado produciendo “soda” de primera desde hace sesenta años en las vegas floridas de la Colonia Industrial de Montroi-Sur-Sainte-Caterine, en el departamento de Noveau Lyon. Algo de la pujanza norteña se percibe en la adecuada combinación de agua calcárea, azúcar glass, gas carbónico de alto poder y los más espectaculares colorantes artificiales. El mejor Barrilit sigue siendo el “de uva”, aunque hay quien prefiere el “colorado”. Debe tomarse entre los 14 y 16 grados. Ideal para acompañar fritada de cabrito, o bien, cecina”.

Y si en clásicos de la beberecua nacional estábamos no podía faltar el Pato Pascual, también referido por el columnista como Le Anciennes Caves De Pateau Pasquale, del que dice:

“Las grandes caves de Pateau Pasquale han regresado por sus fueros. Producido en su viejo chateau (1962) de la Colonie de la Vallée en la Ciudad de México, el Pateau Pasquale es un refresco alegre no gaseoso, picante a la mirada, solferino al ojo, cantarín al oído, siniestro al tacto y tenazmente empalagoso al paladar. Excelentes aromas a frutas tropicales (tamarindeau, guayabá, papaya, etc) y embotellados tanto al vidrio como al aluminio y al tetrapak, los Pateau Pasquale son imprescindibles a la hora de acompañar pasteles de boda o quince años”.

Claro me sentí ofendido de no encontrar ninguna reseña sobre la localmente inmortal Manzanita Deliciosa.

Le Manzanit es un brebaje añejado en barricas de roble que nos regala la sensación de cosquilleo en la lengua gracias a su gas carbónico de asombroso poderío que se agrega al gusto floral y delicado aroma dulzón. No se puede concebir una torta de Las Alacenas de Portal Madero o unos tacos revolcados de Tránsito sin una Manzanit, cuyos envases también resultan ideales para la preservación de todo tipo de aguarrases.

Esta bebida de toluqueño origen se remonta a los plantíos de manzana perdidos en los paradidiacos llanos de San Mateo Atenco y Xonacatlán que explican porqué durante la cata, se cuelga de largo el cristal de la copa.

Una fiesta al paladar a la que todo el mundo está invitado.

Y yo tomando ginger ale, chingao.

sábado, 26 de diciembre de 2009

El Fin Del Mundo


Toda vez que escuchaba que el mundo tenía fin no sabía cómo interpretar si es que la bola de agua y tierra tenía esquinas, pero me encantaba la idea cada que leía en cuentos y veía en películas, cuando en historias contadas en el nunca jamás, valientes aventureros de distintas épocas lo surcaban. 
Aunque… si todo fin tiene inicio, entonces, ¿dónde era el principio del mundo? suponía que se debía a  que al hombre le encantan los finales pero nunca los principios, pero vale madre, como en tantas otras cosas habré de estar equivocado.
Muchos años después me enteré que efectivamente, el fin del mundo existía. Al menos fue como la etnia patagónica decidió bautizar en yagán su pequeña ciudad, su hermosa ciudad. 
Y tampoco erraron en llamarla también la última frontera.
Pasó relativamente poco tiempo desde que supe que el fin del mundo existía hasta que sus ventiscas me crispaban el rostro mientras lo caminaba. 
Avenida San Martín era el principio y fin de todo en el mismo fin del mundo. Toda comida, paseo, transporte y compra salía de ahí y ese fue el punto de partida para traer de regreso a casa momentos inolvidables.
1.- El faro del Fin del Mundo después de arrastrar en el Canal Beagle a contracorriente en un barquito cuyo sonido fue además de aguas bravas y gaviotas, los acordes a todo volumen de “The Castaway”, una de las mil historias del Kalevala finlandés musicalizadas en death metal épico.
http://www.youtube.com/watch?v=J_bbrNUsL2U

2.- El sentimiento de pequeñez experimentado en Laguna Negra tras la caminata en el Parque Nacional Tierra del Fuego de la localidad de Bahía Lapataia y los pies cansados después del rato recorriendo senderos en compañía del sonido chicloso/crujiente del lodo y hojas secas bajo el empeine.
3.- El panini compartido en el Glaciar Martial con Elías y Felipe, los snowboarders que encontré en mi camino entre árboles que hondeaban ramas, nevadas repentinas y vapores posteriores.4,. El trayecto desde la casa de Alba, mi hostal, hasta la prisión ubicada a un costado de las instalaciones de la Armada Argentina admirando los contrastes entre el aleteo de las gaviotas y la quietud de los gigantes en el embarcadero.
5.- Las ráfagas de viento y la fogata a orillas de Lago Fagnano bebiendo merlot con tres mendocinos y dos españoles después de una jornada que también tuvo ladridos de perros de trineo y una espectacular panorámica del Paso Garibaldi.6.- Que me cayera el veinte de que ni aun en el Fin del Mundo podía superar ciertas añoranzas y que de no haber hecho el viaje solo, este sería el lugar perfecto para que la tarde se consumiera en un abrazo.7.- La mirada perdida en los ventanales del pequeño aeropuerto de Ushuaia mientras esperaba mi regreso a Buenos Aires pensando en si alguna vez volvería a estar en la ciudad más austral del planeta, y si acaso será acompañado.

viernes, 25 de diciembre de 2009

La Escalera Al Cielo


La última vez que fui a casa de mi hermana a gorrear chupe y comida terminé engarrotado al husmear en las dos cartitas que pedían de las ramas de plástico de un árbol de Navidad.
Sin tener certeza de lo que estoy diciendo, supongo que este es el último año que Polvorón le escribe una carta a Santa Claus, aunque al resto de mis sobrinos les queden misivas para varios años más.
Lo de Polvorón es especial, en primera porque acepta que es un niño que no se porta bien a lo largo del año y aún así tiene el cinismo de pedir regalos. En segunda porque ya no se conforma con respuestas a medias.
Los días que precedieron al aipod y al pe ese pé por los que tanto insistió estuvieron llenos de desconfianza, pues ya en su escuela hay un buen número de compinchitos que saben que la identidad secreta de Santa Claus lleva sus mismos apellidos. Pero mi carnal conserva la inocencia, seguramente a conveniencia, que la crisis le pela los dientes al mítico personaje que reparte costosos juguetes, igual que a sus tres primos que despertaron esta mañana con neonatos, cigotos, juegos de video, cochecitos y hasta una laptop.
-Nosotros sí creemos en ti, no como otros niños-
Y para muestra que la niña Ventanitas-Coletitas no sólo dejó leche y galletas para forjar lonja a Papá Noel, sino que tuvo la delicadeza de colocar pasto para que los renos también recargaran energías.
Me alegra saber que mis carnalitos todavía no acaban de bajar esa escalera que viene del cielo.
Ya viéndolo así, admito que también quiero seguir creyendo...

martes, 22 de diciembre de 2009

El Encuentro I

Con los pies casi llagados por una larga caminata en la arena ardiente, encontré a Don Ángel y a Don Roberto platicando en la playa y al poco compartía su queso y su cerveza. Una graciosa consecución de azares me hizo topar con ellos en un viaje teñido de encuentros.

En el guiño que convierte un lunes en martes, el editor del periódico para el que trabajo me dijo que si no me tomaba una semana de vacaciones perdería toda oportunidad en lo que restaba del año.

El martes, temprano, llené una mochila con mudas de playa y tomé un taxi al aeropuerto. A veces, las muchas, me gusta viajar solo, hay algo fascinante en arrojar los dados sin testigo ni cómplice.

La tarifa aérea más barata tenía como destino las playas de Zihuatanejo. Una hora y media después estaba desembarcando en la humedad fulminante de la playa guerrerense y al cabo de un rato bebía mi primer cerveza en el muelle principal, donde dos gringos mamados me invitaron a comer antes de abordar el buque gay que los llevaría a relamer cada rincón del pacífico mexicano. No soy homofóbico pero la presencia de algunos putitos sí me mortifica.

Las bahías que tienen más gafas de sol que gaviotas me aburren. Luego de tirar unos clics en el embarcadero le pedí a un taxista que me llevara a su restaurante favorito. Terminé en el Comedor de Yolanda, y para tener tanto sin probar camarón su sabor fue todo un reencuentro. Uno de varios que tendría en ese viaje.

En cuestión de horas Zihuatanejo no tuvo más que ofrecer. Y como la mejor guía de viajero es la que pasa de boca en boca, al otro día tome una micro a un lugar llamado Playa Larga.

Ahí encontré, platicando bajo una palapa, a Don Ángel y a Don Roberto, con quienes fue sencillo encontrar alojamiento en una de las escasas habitaciones disponibles en kilómetros de playa sin docenas de vendedores.

Ángel Van Vooren, sesentón de cabello ligeramente anacarado, con dos hoyuelos en el rostro enmarcados por unos densos ojos verdes, flacucho, jorobado, separado, vuelto a casar y vuelto a ser padre de una pequeña que pudiera ser su nieta, pero sobretodo buen anfitrión.

Roberto andaba en los sesentayvarios; una copia chilanga de George Lucas, sonriente priísta de clóset, padre, abuelo, burócrata pícaro, glotón como el que más, pero sobretodo buen anfitrión.

Bastó una charla para que esos dos rucos llenos de vida fueran mi compañía durante el resto del viaje que también tuvo un paseo por el manglar del lugar, un masaje con aceite de coco y muchas fotos de palmeras, unas fulgurantes, otras tantas caídas tras el rayo implacable de la temporada de lluvias. Bebimos como los grandes, comimos en abundancia, cantamos las de José José y Julio Jaramillo tendiendo el oleaje como única pauta. Una noche terminamos bailando danzones de a 15 varos en un cabaret llamado el Jaguar Rojo y al día siguiente la diversión no fue menos curándonosla en una cantina en el centro de Zihua con refrescantes serpientes de cebada reptando a través de nuestras gargantas.

Las dos últimas noches las pasé en un sillón de la casa Van Vooren, linaje de Don Ángel, para quien por cierto hubiera sido una ofensa que siguiera pagando el hostalito de Malena.

-No chingue Don Ángel, repita lo que acaba de decir para anotarlo

-No me acuerdo ni qué dije

Con unas copas encima, los ojos llorosos de Don Ángel retaban la sequedad en la bahía justo al verso término que dejó dos testigos boquiabiertos. Relatos sobre andanzas de toda una vida de playas vírgenes plagadas de anécdotas y nostalgias náuticas.

Y no, no recuerdo las palabras exactas que durante algunos segundos parecieron juntar a Borges, Benedetti y Buesa en boca de un pescador retirado. Me quedo con la sensación como otro encuentro, aunque no el más significativo de ese viaje.

Poco antes de emprender el regreso a la altura toluqueña cumplí con la manda que había de hacer en cuanto supe que mi destino me llevaría a Zihuatanejo, pero ese es otro post.

Un buen pensamiento para los viejos.

El Encuentro II

La consecución de azares que me habían traído hasta Zihuatanejo también tenía una manda. 14 años atrás, en las playas de Ixtapa, había vivido las últimas vacaciones junto a mi padre y la caminata hasta donde se suponía estaba aquel hotel consumió gran parte de un día que interrumpió la diversión encontrada en una charla con dos rucos a toda madre.

Y sí, a la llegada a Ixtapa todo había cambiado. Los hoteles eran más altos, los restaurantes más suntuosos, el número de turistas gringos aumentó igual que los precios, las playas se volvieron privadas y el nombre de aquel hotel fue devorado por una de las grandes cadenas turísticas. Pero no me iba a ir sin regalarme ese atardecer.

Ahí, el encuentro consistió en repasar cuán afortunado fui de tener el padre que tuve y todo lo malagradecido que uno puede ser en la adolescencia. Lloré toda la tarde, sentado en la arena en que mis padres disfrutaron sus últimos atardeceres juntos, mientras fantaseaba con mi papá vivo a los 65 años y cuán diferente sería el mundo con 14 años más de la historia que se detuvo el día que volvió al polvo.

Pero sobretodo fantaseaba con la idea de cargar su equipaje y llevarlo a comer todo lo que los achaques le permitieran, aunque seguramente el viejo seguiría siendo un roble y no le habría aguantado el paso.

El chiste es que, como pocas veces, tuve la certeza de que todos estos años después, la semilla que Juan de Dios García Mondragón trascendió a los años hizo a cuatro personas decentes con todo y sus montañas de defectos.

Un buen pensamiento, el mejor de todos, para el viejo… mi viejo.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Aventuras Tribuneras

Cuando el tiempo se cuenta en torneos me gusta recordar situaciones que por ejemplo, se dieron en la época de mi vida conocida como el Verano de 1998, cuando me debutaron en Primera y pocas semanas después el Toluca salió campeón después de 23 años de vacas flacas. Qué año aquel.

Desde entonces mi placer por el deporte de los tarados en cuyos botines se deposita la esperanza de millones de aficionados vio de todo. Un buen día dejé de hondear esa bandera, simplemente porque según yo comprendí el juego, pero como diría Fabio Morábito, seguí embelesado como idiota con esos pasesitos geométricos.

A lo largo de muchos años fui cientos de veces a estadios en todo el país por el torneo local y seguido por televisión un número incontable de partidos con camisetas de todos los colores provenientes de todas las ligas que la televisión de paga puede ofrecer, amigos, cerveza y pizza o soledad en una noche de desvelo incluidos.

El gusto por el juego del hombre, pues.

Por eso mientras estuve paseando en Buenos Aires, Argentina, no perdí oportunidad de ver a la albiceleste de Diego Maradona y al Independiente de Américo Gallego.

Vaya experiencia, porque curiosamente llegué en el mismo vuelo que el rival en turno de los locales, la selección peruana, con quienes se jugaba la penúltima fecha de la eliminatoria el mundial sudafricano.

Mientras algunos aficionados se acercaban a Norberto Solano en las llegadas internacionales, la otrora superestrella del futbol peruano firmaba revistas, pero cuando hurgué en mi equipaje, la estampita de Solano, entonces jugador del Newcastle United, se había ido a la basura muchos años antes.

A la entrada al Estadio Monumental de Núñez para presenciar la angustia nacional de saberse casi marginados del Mundial de 2010 no tenía ni idea de lo que me esperaba con la hinchada argentina.

En la cancha, el llamado mejor jugador del mundo daba pena. Desde la tribuna Sivori una afición harta de sus representantes observaba la lejanía del Lionel Messi blaugrana, como si la raya blancas y celeste en el pecho le quitara sus superpoderes. Gonzalo Higuaín apenas pasó de panzazo con el 1-0 en el primer tiempo, ni qué decir de la tímida marca de Gabriel Heinze, las piernas cansadas de Rolando Schiavi y los yerros de Pablito Aimar. Una caricatura de la poderosa albiceleste.

En la tribuna mientras tanto, el aliento de un estadio se transformó en reclamo: -¡pongan huevos, la puta que los parió!-, y el no menos melodioso –jugadores, la concha de su madre, a ver si ponen huevos, que no juegan con nadie-

Al poco el pronóstico del tiempo atinó y sobre el cielo bonaerense caía una tormenta de tinte devastador. La cabeza de Hernán Rengifo empató para Perú sobre la hora y cuando en todo rostro argentino se dibujaba el desencanto y la eliminación del Mundial empapaba igual que la lluvia, un cruce de Martín –siempre Martín- hizo de la velada algo digno del recuerdo.

A los 93 minutos con 10 segundos del partido, Martín Palermo, el criticado delantero de Boca Juniors, supo hacer lo suyo, empujarla.

Y el delirio.

El gol de Palermo no nació de un trallazo premeditado con el balón rodando en el césped después de una estupenda gambeta, ni tampoco fue una gallarda acrobacia aérea en el área grande... le pegó con lo que pudo, como de costumbre. Palermo, siempre Palermo, el que igual los hace de nalga que de nuca, nana o buche. Golazo che.

Quién sabe cuántos fueron. Jóvenes, viejos, bellas mujeres, todos se abrazaban como si fuera el esperado reencuentro bajo una lluvia torrencial y en la cancha la banca argentina encabezada por el Diego lo festejaba como en el 86. Algo de comedia rosa para ver un domingo por la noche.

-¡¡¡Ché loco, que golazo!!!- gritó un anciano mientras me abrazaba. No terminó el viejo de soltarme cuando ya estaba en brazos de otro enloquecido que colgaba de mi cuello, y así varias veces.

En los túneles de salida del estadio, con choripan entre los dientes y atorados en el tráfico de Avenida del Libertador, todos hacían escarnio del paupérrimo planteamiento de Maradona en la cancha y no dejaban de alabar a Salvador Palermo, el mismo jugador que en otra eliminatoria erró tres penales en un mismo partido.

Del delirio nacional pasé a la amargura local.

En pleno Día de la Raza, River Plate e Independiente se jugaban el orgullo en el mismo Estadio Monumental. Yo terminé brincando en la popular local mientras River no tenía argumentos ni para darle batalla a los Gallos Blancos de Querétaro. En serio.

Del lado rojo, Américo Gallego hizo casi una copia al carbón de sus equipos campeones (el mismo River Plate, Newell´s Old Boys, Independiente y el Toluca) con cuatro al fondo, tres haciendo malabares entre la lateral y la zona de enganche, dos volantes al frente y uno clavado en punta. Entre cánticos esbocé una sonrisa al recordar que este mismo técnico hizo campeón al Toluca sin centro delantero. Un grande el Tolo.

Los goles de Darío Gandín, Ignacio Piatti y Andrés Silvera en el primer tiempo fueron todo un pinche baile al equipito de Leonardo Astrada. Que juego efectivo del rojo de Avellaneda, jogo bonito que le llaman. Y ni aunque Marcelo Gallardo descontó por los millonarios sobre la hora, la hinchada cambió su rictus de enojo con todo y que alentó como si el equipo peleara el campeonato y no el descenso.


A la mañana siguiente, en las andanzas hacia Chacarita, un express doble y dos diarios aportaron el resto de los detalles. 153 detenidos de la barra de Independiente y algunos destrozos de las gallinas, el escándalo con el Ogro Fabianni, la ruptura de 13 años de hegemonía millonaria y otras tantas letras.

Vaya pasión, pero esa mañana yo estaba por ir a ver a otros muertos que no deambularan en una cancha, en el Cementerio de la Chacarita.

Carlos Gardel, Aníbal Trolio, Jorge Newbery, etcétera, ¡ay perro!

viernes, 4 de diciembre de 2009