domingo, 2 de noviembre de 2014

Muertos Quechuleños

Ana Luisa apenas vivió 22 horas. Su nacimiento, seguido de su muerte, fue motivo suficiente para poner en marcha el talento de su abuelo, Eugenio Reyes Eustaquio.
"Venía malita, se hizo lo que se pudo por salvarla, pero el angelito se fue al cielo", dice Reyes Estaquio mientras acomoda su silla a un costado del altar que ocupa toda una estancia de su casa ubicada en el poblado de Huaquechula, donde tiene lugar a cabo una de las celebraciones de Día de Muertos más peculiares del país.
Eugenio es la figura más reconocida por la elaboración de altares en este pequeño poblado ubicado a unos 60 kilómetros de la ciudad Puebla. Su ingenio lo  llevó a exponer en el 2003 en el British Museum de Londres, Inglaterra; y en 2008 al Gardiner Museum of Ceramic Art de Canadá. Aunque con modestia, Eugenio acepta ser solamente un ratero.
"Soy ratero porque a ratos le hago al campo, a ratos le hago al albañil y a ratos hago altares de muertos", cuenta con una voz pausada, entre docenas de visitantes que admiran su altar y toman fotografías del monumento en honor a su nieta.
La aventura comenzó cuando tenía 13 años de edad, luego que en su infancia viera que su padre, Eduardo Reyes Chapero, también se dedicaba a la confección de altares para el Día de Muertos de Huaquechula. Ahí aprendió el oficio.
"Me dejaron solo con los materiales y comencé a hacer el altar para ayudarles, cuando mi papá y mis tíos regresaron dijeron: "chamaco, ¿pero qué hiciste?", yo creí que me estaban regañando, pero me estaban felicitando", dice Eugenio con una voz ligeramente enturbiada por la nostalgia.
"Mi papá… era el mejor, ¡era mi maestro!, ¡era mi todo!", exclama el hombre con voz gallarda. Por ello, cuando tuvo que hacerle el altar a su padre, en el 2011, fue una losa casi insoportable.
"Él fue custodio por 40 años del Convento de Huaquechula -dedicado a San Martín, de estilo plateresco y edificado en 1570- por eso decidí hacerle un altar en el que le hice una réplica del convento, es lo mejor que he hecho en mi vida", indica. Aunque normalmente tarda un par de días en construir un altar con la ayuda de cinco o seis familiares, el altar dedicado a su padre le llevó alrededor de una semana, trabajando de sol a sol, él solo. No quiso ayuda.
"Mientras lo estaba haciendo me ganaba el sentimiento, lo construía y lloraba. Extraño mucho a mi papá", confiesa este personaje quechuleño al tiempo que hace una mueca que le deja ver una amalgama plateada. Los ojos se le han puesto vidriosos.
Para el altar de la pequeña Ana Luisa están invertidos 18 mil pesos, pero la inversión para este año alcanza los 50 mil pesos debido a la compra de material extra -como arreglos florales- y del festín que la familia Reyes organizó en el patio de su casa. Todos, vecinos, amigos y curiosos, son recibidos con un plato de mole, tortillas hechas a mano, pan de piloncillo y vasos con chocolate de molino.
"¡Que traigan más pan, ya se está acabando!", dice la cabeza de esta familia, pues la gente no deja de llegar a admirar el altar construido para su nieta.
A solamente una cuadra de distancia, entre la fila que hay para entrar a otra casa para ver otro altar, Eduardo Merlo, Director del Departamento de Arqueología de Puebla y antropólogo del INAH, explica que el Día de Muertos quechuleño nació probablemente a principios del Siglo 19, ya que no hay registros que indiquen la procedencia exacta de la tradición nominada como Patrimonio Cultural poblano.
"Es un aporte de la época virreinal, pero con una visión netamente indígena, los antiguos no tenían la costumbre del altar dividido en niveles", dice durante la espera para entrar a la estancia de otro altar.
La tradición marca que los familiares de todas las personas fallecidas del 3 noviembre al 27 de octubre siguiente, están obligados a construir un altar adentro de sus casas y a ofrecer un festín a todos y cada uno de los visitantes que arriben. Se trata además de una tradición de generaciones, de una cuestión de estatus y reconocimiento en la comunidad. Entre más grande y fastuoso el altar, mayor respeto se gana.
Merlo explica la confección de cada altar. Debe llevar tres niveles. El más alto, dedicado a Dios, a la espiritualidad pura. El nivel medio a los santos, a Tonatzin, también conocida como la Virgen de Guadalupe. El tercero, al difunto, donde se tienen que colocar objetos de su uso personal, además de la comida ofrecida para el banquete en que el muerto regresa para estar entre los vivos.
"Los altares como estos que estamos viendo se colocan solamente en el año en el que murieron las personas, es una manera de decirles a los difuntos que no los han olvidado y para ello se les ofrece este banquete".
Al centro del tercer nivel va colocada una fotografía del difunto, pero vista a través de un espejo.
"Se hace así para indicar que aunque estamos viendo al muerto a través del espejo, ya no está entre nosotros, es simplemente una entelequia, insisto en que estos son los altares más espectaculares que hay en México", dice el académico luego de quitarse el sombrero para ver el altar de quien fuera el Diputado Ramón Felipe López, que también murió este año en un accidente automovilístico.
Durante el 2014, fueron 24 quechuleños los que murieron; 22 adultos y 2 niños. Mismo número de altares esparcidos por este pueblo en el que los primeros asentamientos humanos datan de hace 900 años por las tribus xicalancas y teochichimecas. 
En este pequeño poblado de 26 mil habitantes, el promedio de muertes anuales oscila entre 20 y 50. Esta ocasión también despidieron a Pedro y Agustina Camacho, Altagracia Bautista, Zenón Sedeño, Olegario Flores y Fausto Ánimas, entre otros. Todos con altares construidos a presupuesto y creatividad de cada familia.
La mayoría de las muertes en Huaquechula son naturales. Los últimos días de octubre se dedica una jornada a quienes murieron ahogados o alcanzados por un rayo, luego a los niños y por último a todos los santos. Cada 28 de octubre hasta el 2 de noviembre es así.
Durante el recorrido callejero por los altares monumentales, un puñado de danzantes irrumpe por las calles acompañados de una tambora. El convoy lo comandan un Jaguar, una Parca y un Diablo que intercalan los bailes al son de los músicos con flautas y tamborines como los que tocan los caporales en los ritos de los Voladores de Papantla. Se trata de la tradición conocida en la localidad como Huitzo, que consiste en un recorrido por todas las casas donde hubo un difunto y por tanto hay un altar. En cada escala, el Jaguar rasca los umbrales de las puertas y azota varias veces un látigo.
"La idea es que anden molestando a los malos espíritus en las calles para que no se metan en las casas donde hay altares. Es un juego, un servicio simpático que se agradece con una dádiva por parte de los dueños de las casas", explica Merlo antes de enfilarse al atrio del convento en donde está por iniciar el ritual de los Voladores traidos desde Cuetzalan.
Alrededor de las bardas del templo, pequeños altares de barro acompañados de fruta, flores y veladoras lucen ante el paso constante de catrinas y catrines provenientes de una explanada atiborrada de puestos de cecina al carbón y pulque natural.
En el vecino poblado de Cacaloxuchitl al cual se accesa por vastos campos de cempasúchil, entre Atlixco y Huaquechula, se registraron 26 muertes. La más vistosa de ellas vista a través de un altar es la de Filiberta Condado Atlixqueño, quien murió de 97 años de edad. Su nieto, Juan Carlos Campa, recibe a los extraños como a grandes amigos que no ha visto en años y casi sin dar paso al agradecimiento, coloca platos de mole poblano sobre las mesas de lámina, acompalados de agua de jamaica.
"Ya perdimos la cuenta de cuántos pollos matamos, pero la abuelita se merece esto y más, hubiéramos querido que cumpliera cien años para hacerle una mega pachanga", dice esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
Cae la noche sobre la región mientras el calendario mortuorio quechuleño se resetea. A partir del 3 de Noviembre, no se sabe quiénes habrán de venir el año entrante, vueltos espíritus, a disfrutar de un Día de Muertos entre vivos sonrientes. Todos coinciden que a su regreso al pueblo, quieren un altar como el que hicieron sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos.