martes, 29 de diciembre de 2009

La Enología Del Refrán

El carrito de supermercado generalmente tiene itinerarios ya definidos. De las pastas y cereales se pasa los altos rumbo a las legumbres, de ahí desliza a los anaqueles que sostienen paquetes de 275 rollos de papel higiénico y servilletas de a mil, de vez en cuando se estaciona en los vinos latinoamericanos para cargar un par y rara vez derrapa en la zona de papitas y refrescos.

Refrescos.

Por eso en mi última incursión a la casa de la campeona de los precios bajos compré un chesco. Fue un ginger ale de un litro que tardé casi dos semanas en eructar. Poco después sentí culpa por no apoyar la industria refresquera nacional, aunque acá entre nos me vale madre. Todo a colación de la lectura de una columna de Guillaume De Sheridan que leí en un número atrasado de Letras Libres titulado “La Gran Guía Pochette del Refresco Mexicano”. Un enólogo el cabrón.

De Sheridan (no sé porqué sospecho que lo del nombre es una vacilada) define a la clásica Chaparrita como Les Vieilles Chaparrits Du Naranjeau de esta forma:

“Esta etiqueta venerable se sitúa en la más vieja ruta de refrescos de esa zona privilegiada que es el circuito industrial de Azcpotzalqueau-sur-Canal-du-Desagüé (…) una breve maceración de los saborizantes produce una bebida semi-opaca afrutada, de amigable trato a la nariz y ataque demoledor a la papila. Refresco de la clase “no gaseosa”, es placentero al tiempo y en la mañana, especialmente en su versión a la piñá. La mejor cosecha por desgracia, es casi inencontrable: la embotellada antes de 1998”.

Y al elixir primo de los Caballitos de esta forma: Domaine Du Barrilits Du Docteur Brown, donde explica:

La casa Docteur Brown ha estado produciendo “soda” de primera desde hace sesenta años en las vegas floridas de la Colonia Industrial de Montroi-Sur-Sainte-Caterine, en el departamento de Noveau Lyon. Algo de la pujanza norteña se percibe en la adecuada combinación de agua calcárea, azúcar glass, gas carbónico de alto poder y los más espectaculares colorantes artificiales. El mejor Barrilit sigue siendo el “de uva”, aunque hay quien prefiere el “colorado”. Debe tomarse entre los 14 y 16 grados. Ideal para acompañar fritada de cabrito, o bien, cecina”.

Y si en clásicos de la beberecua nacional estábamos no podía faltar el Pato Pascual, también referido por el columnista como Le Anciennes Caves De Pateau Pasquale, del que dice:

“Las grandes caves de Pateau Pasquale han regresado por sus fueros. Producido en su viejo chateau (1962) de la Colonie de la Vallée en la Ciudad de México, el Pateau Pasquale es un refresco alegre no gaseoso, picante a la mirada, solferino al ojo, cantarín al oído, siniestro al tacto y tenazmente empalagoso al paladar. Excelentes aromas a frutas tropicales (tamarindeau, guayabá, papaya, etc) y embotellados tanto al vidrio como al aluminio y al tetrapak, los Pateau Pasquale son imprescindibles a la hora de acompañar pasteles de boda o quince años”.

Claro me sentí ofendido de no encontrar ninguna reseña sobre la localmente inmortal Manzanita Deliciosa.

Le Manzanit es un brebaje añejado en barricas de roble que nos regala la sensación de cosquilleo en la lengua gracias a su gas carbónico de asombroso poderío que se agrega al gusto floral y delicado aroma dulzón. No se puede concebir una torta de Las Alacenas de Portal Madero o unos tacos revolcados de Tránsito sin una Manzanit, cuyos envases también resultan ideales para la preservación de todo tipo de aguarrases.

Esta bebida de toluqueño origen se remonta a los plantíos de manzana perdidos en los paradidiacos llanos de San Mateo Atenco y Xonacatlán que explican porqué durante la cata, se cuelga de largo el cristal de la copa.

Una fiesta al paladar a la que todo el mundo está invitado.

Y yo tomando ginger ale, chingao.

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