martes, 1 de septiembre de 2009

Un Pinche Cigarro

No había bastado con haber reportado el accidente en que seis personas murieron tras chocar en Polotitlán.
El día –la muerte- nos habían preparado otra ráfaga de adrenalina.
El kilómetro 128 de la carretera Panamericana fue la poco honrosa tumba de cuatro adultos y dos niños que no vieron venir nueve toneladas de conglomerado sobre los autos en que viajaban.
Dafne por ejemplo, no alcanzó a tener conciencia que era un ser vivo, además de epicentro de la felicidad de una familia que hacía siete meses la había recibido en su mundo y con quienes terminó yéndose.
No hay algo más quebrantador que ver a un bebé muerto.
Tras el reporte y fotos para el olvido, el trabajo había terminado. De regreso con los colegas pasamos a comer al centro del Municipio de Aculco. No habíamos siquiera empezado a digerir la magnitud de lo que al día siguiente sería una portada ni la comida cuando enfilamos el regreso a Toluca.
26 kilómetros después, en el 102 de la carretera Panamericana había un tráiler con la caja desecha. 
Otra nota, otra historia. Vaya historia.
Trotando entre cientos de botellas de agua que salieron vomitadas de un tráiler, encontramos a un hombre de alrededor de 35 años con rojos fluyentes pincelando en su rostro.
A bordo de su camión de redilas, acababa de impactar la caja de un tráiler que venía en sentido contrario, rompiendo un eucalipto y dejando 15 toneladas de maíz esparcidas.
Hincado, el hombre se quejaba intensamente. La hemorragia explicaba porqué no hablaba. ¿Y qué habría querido decir? Estaba agonizando frente a dos medios de comunicación.
Un halo de impotencia me cosquilleó la espina dorsal. Después de presenciar innumerables episodios de rescatismo, lo único que podíamos hacer eran llamadas.
Con el sujeto moribundo como única antena de transmisión, logré notificar a las autoridades a través de un celular.
De ahí a tomar en cuenta lo aprendido en el reporte de los servicios de emergencia.
Primera regla: bájale dos rayitas al estrés y no juegues al héroe. Y de recordar una de las máximas del periodista: permanecer por encima de la circunstancia y no participar de más en un evento sobre el que no se tiene dominio.
Pero un ser humano se estaba muriendo.
De la mano del Comandante de Seguridad Pública Municipal, Adán Enríquez Villegas, colocamos al hombre sobre su costado derecho y al ver que se tragaba la lengua pusimos una vara en su mordida.
La muerte se dibujaba en sus encías.
Desvaneciéndose, pero le pedía que no se durmiera, casi gritándole. Cuando los paramédicos de Protección Civil arribaron, un muñeco de trapo teñido en sangre yacía junto a la carretera.
Una sábana blanca después, los testigos no hacían más que mecer sus melenas y lanzar lamentos por el episodio que terminaría dándonos otra portada y albricias.
No mames, se murió ante las lentes.
-Dame un pinche cigarro
Oh, olvidé que no fumo. El humo se perdió con la peña del Ñadó como fondo, mientras regresábamos sin decir gran cosa, hipnotizados por las líneas punteadas en la carretera.

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