viernes, 8 de agosto de 2014

Flores En El Cobre

"Mire amigo, ayer había así de turistas", replica Javier mientras une las yemas de los dedos hasta hacer un capullo, aludiendo a que pese a la mala fama de inseguridad que se le ha hecho a Michoacán, las visitas siguen fluyendo en la meseta purépecha. Pero también acepta que el crimen organizado tiene el control de Santa Clara del Cobre, un pueblillo del municipio de Salvador Escalante.
Al arribar a la cabecera de uno de los últimos Pueblos Mágicos nombrados por la SECTUR en 2010 para Michoacán, una camioneta Cheyenne pasa a toda velocidad con tres adolescentes con chalecos antibalas y armas largas, mirando de reojo y sonriendo ante la indiferencia de los locales.
"Ellos traen su onda, ¿me entiende?, ellos se dan putazos, pero ya saben entre quienes. Usted, mi amigo, que es turista… no pasa nada", dice Javier mientras ofrece una concha y recuerda que la situación es peor en Sinaloa, donde también anduvo de panadero.
También me cuenta que a veces se aparecen periodistas, pero nunca revelan sus verdaderas intenciones. Algo me ha de saber, luego de ver la cámara fotográfica y de mi avidez en las preguntas.
"Amigo, mire, uno puede andar en medio de la surrada, pero si va poniendo palitos, no se ensucia uno, puede pasar caminando", dice ajustando su camisa a cuadros.
Para Javier, al igual que para la mayoría de los comerciantes, todos los viajeros son bienvenidos. Siempre compran recuerditos, se dan su vuelta en el centro, admiran algunos de los 66 monumentos históricos protegidos del pueblo y se van antes que caiga la noche.
La salida para mí hacia Santa Clara del Cobre es la cabecera de Pátzcuaro y debe ser el punto de regreso. Aunque este Pueblo Mágico tiene algunos hoteles, incluido el "Oasis" que muerde el atrio del Templo de Nuestra Señora del Sagrario, la mayoría de los locales recomienda ir y venir a Pátzcuaro, tomando en cuenta que apenas son 18 kilómetros entre uno y otro pueblo. "No vaya a ser".
No hay autobuses que tengan esta ruta, pero por un precio razonable se puede abordar un taxi colectivo o bien, hacerlo en auto. Desde la carretera se aprecian al menos un par de lugares que ofrecen hospedaje y oportunidad para acampar. Hay tienditas donde comprar víveres y buena recepción de teléfono.
Lástima que la llegada a Santa Clara es entre semana.
"Si quieres unas carnitas así, chingonas, vente el sábado a las dos en punto de la tarde. Aquí a la vuelta hay un Don que hace seis puercos cada sábado y en menos de dos horas se le acaba. Le dices que el Tránsito de aquí del centro te mandó para que no hagas cola", sugiere un policía panzón que se guarece del sol. Y es que en toda la región purépecha, este platillo es menester. Y en este pueblo fundado en 1553, esas carnitas convocan más gente que la misa de los domingos, según la voluminosa panza de la ley.
Pero basta con pedir un taco en cualquier puesto de calle para quedar satisfecho durante el almuerzo y dar fe del sazón local. Una pequeña montaña de carne con tres tortillas y un jalapeño por 30 pesos. Y un vaso con agua de jamaica por 7 más. Celestial.
El Museo Nacional del Cobre, ubicado en la Avenida Morelos no es más que una licencia poética. Una casona con algunos cacharros en su interior y prácticamente nada de información útil en este clásico pueblo mexicano de casas blancas con franjas rojas y tejados que se extienden en una docena de cuadras a la redonda.
A la vuelta del Museo encuentro el talento de la familia Lonato en uno de los cerca de 400 talleres que hay en la localidad. Tres generaciones de artesanos dedicados al tratamiento del cobre que bien explican el proceso, desde la fundición de la pedacería hasta la confección de artículos domésticos y de ornamento.
Juanito, de 9 años de edad, ya traza flores sobre el cobre, con una punta. Para cuando sea adolescente ya meterá las manos en los hornos y golpeará las ollas tan fuerte como pueda para dar el particular acabado al cobre, que por cierto, no se produce en la región, ya que se trata de desperdicios industriales traídos de las ciudades.
Las piezas terminadas alcanzan precios de hasta 25 mil pesos. Normalmente no dan permiso de fotografiar los exhibidores con los mejores ejemplos de la genialidad de los Lonato. Son figuras con incrustaciones de plata o con centenas de mariposas finamente dibujadas con llamativos colores bien asentados por la cocción en hornos de leña. Candelabros, lavabos, lámparas bellísimas, ollas a escala, floreros. Tanto como de la imaginación.
Luego de hacer par de preguntas en los locales de souvenirs en el centro, mi segunda escala es la Bodega Artesanal de la familia Hernández. Ahí, unos veinte hombres martillan hasta hacer del lugar una estridente hipnosis. Los hornos en este lugar son más voraces, ya que están preparando bases para fuentes de hoteles y numerosas mesas para ocho personas. Acá los sopletes se deslizan con mayor rapidez y las ollas pasan de una mano a otra para realizar el siguiente paso en su elaboración. Solo así se explica uno que artesanos de Santa Clara obtuvieran el Premio Nacional de Ciencias y Artes en la categoría de Artes Populares en 1984.

Rafael me explica que basta con dar una especificación para que me fabriquen lo que desee en Bodega Artesanal.
"Si quiere un pito gigante, el mismo que se lo hacemos, hasta con venas y todo", bromea ante el exclamo de sus compañeros y las risas que se pierden entre golpeteos que aturden. Este lugar surte pedidos a todo el país y al extranjero.
También camino por las callecitas, recordando que aquí fue creada "La Vida Inútil De Pito Pérez" por el santaclarense José Rubén Romero e incluso me imagino cruzándome en el camino con Ignacio López Tarso antes de emprender el regreso a Pátzcuaro, donde me espera un plato de pozole batido de 13 pesos.
La visita a Santa Clara me hace atar el cabo de porqué los pueblos purépechas nunca pudieron ser conquistados por los aztecas. Desde entonces, los michoacanos ya trabajaban el metal y tenían esta fama de combatividad que no ha desaparecido.
Hay cosas que prevalecen en las culturas locales.
Hasta siempre, Santa Clara.








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