viernes, 30 de abril de 2010

El Día del Niño

Aunque no me considero una "mala" persona, desde muy escuincle tuve esta particular fascinación por el mal, sobretodo por lo que los especialistas (¿especialistas en qué?) señalan como el equilibrio de fuerzas.
Reparo en esto a colación de que hoy es Día del Niño y mis tardes más lejanas siempre tuvieron series de tv y cuentos en los que aquellos que luchaban por el bien siempre salieron airosos.
Desde entonces y a mi entender, no era posible que en cada capítulo triunfara el bien. Por eso siempre repelé cuando los Reyes Magos llegaban con Supermanes, Batmanes y He-Manes, figuras que dicho sea de paso tenían tooodos los mocos de mi edad.
Fue precisamente en un Día del Niño (o bien la fecha se acomoda comodinamente en mi mente) que quise tener por vez primera un Skeletor.

Al villano le siguieron Lex Luthor, Guasón, Darth Vader, el Pingüino, las figuras de Cobra y los Decepticons. Fueron esos monigotes los que pusieron equilibrio a tardes enteras de diversión con mis cuates y/o primos de la edad. Yo era el único que tenía a los malosos y me las arreglé a punta de jaloneos a que de vez en cuando ganaran esas épicas batallas cuyo marco eran patios y piletas.
Tampoco se me olvida que fui hincha del Barón Ashler y el Conde Decapitado en su lucha por terminar con Coggi Cabuto, también de Mum-Ra, Reptilio, Chacalo, además de Monstruon y Rocky Ratapiedra, que la única canción de Burbujas que me sabía era la del Ecoloco, que me daba coraje que Gargamel nunca hizo oro con los Pitufos, que le iba a la Ignorancia en Corre GC Corre.
La ilusión de ver a Candy Candy con el corazón destrozado duraba los primeros cinco minutos de cada episodio porque no aguantaba uno completo, quería inscribirme el Dojo de Cobra para darle una patiza a Daniel San y hubiera querido que los Goonies no salieran de la cueva en la que se aventuraron.

Pero nada de eso sucedió.
Ahora sé que los únicos finales infelices se dan en la vida real.
Para colmo cuando estaba dejando la infancia se me cruzó el thrash metal y el punk y entonces sí, toda esperanza de que brillara en sociedad se fue por la letrina.
Nunca tuve hermanos menores. Los más chicos del círculo familiar siempre me parecieron ñoños y es hasta hoy, trepando los escalones del tercer piso, cuando verdaderamente disfruto tener a mis carnalitos Polvorón y Polvorín, a quienes obsequio figuras calaverosas cada que se puede para que entiendan que el mal es un bien necesario.

Sea lo que fuere, en la cuarta infancia o como se llame a esta etapa, este par es mi dúo dinámico, mis verdaeros héroes, quienes me hacen sentir niño de nuevo.

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