miércoles, 26 de octubre de 2011

La Víspera

No se trata de una de esas postales en las que miles de postes de luz conforman un pueblo visto de noche. Se trata de incontables velas y cirios, vistos desde lejos, que dan muestra de la devoción de un pueblo celebrando la víspera de Dia de Muertos.
Basta sortear calles maltrechas y milpas para llegar a la localidad de San Pablo Autopan, en la mísera periferia al norte de Toluca, para emprender este viaje, esta tradición centenaria aun viva.Al bajar del auto, desde donde la simple vista alcanza a distinguir este camposanto en plena noche, cientos de otomíes caminan sonrientes a su encuentro con quienes se fueron dejando tras de sí, una estela de sufrimiento y lágrimas.
La mayoría llegan a pie, en camionetas de redilas o en taxis colectivos. Pocos lo hacemos en vehículo. Ya desde el pasillo que conduce a la entrada al panteón se siente esa vibra extraña calar en los huesos como el mismo frío en la zona. Unos tres grados centígrados.
A cada paso, el sonido de las las bocinas que retumban cumbias se va haciendo más fuerte y los vapores de atoles y antojitos hipnotizan, cual serpientes venenosas. Una estela de humo que parece un telón se va abriendo hasta descubrir este imponente escenario.
Un par de lugareños nos miran de reojo. Nuestra piel, estatura y ropa no terminan de encajar, probablemente les quede claro que llegamos a este lugar para observar. Lo entendemos porque es difícil recibir "extranjeros" en una localidad como esta.
Al poco, la inercia de los ríos de personas nos hunde en el anonimato. Una voz irrumpe desde la oscuridad, junto a una capilla, recitando nombres sin cesar. Son de quienes murieron en el último año y por quienes está a punto de empezar el rosario.
Entre los cuchicheos de los que caminan enlodando sus zapatos rumbo a sus tumbas, predomina un otomí bastante fluido y un español pausado. Una cascada de rebozos colgados de la espalda de mujeres y ancianas carga comida, cobijas, incluso niños.
Se ven pocas lápidas, son las menos. De cada montón de tierra se aprecian cruces de madera o fierro, seguidas de cubetas al ras de piso que vomitan cenpasúchiles, nubes y gladiolas hasta no dejar más espacio más que para pequeños bancos donde se sientan los deudos.
Es cerca de medianoche el jolgorio se intensifica pese a que gran parte de estas personas ya está velando en su tumba. Un festín para vivos y muertos.
Tomasa Martínez toma un aspiro tras prender la última vela en la tumba de su esposo. Está exhausta. Y cómo no estarlo después de caminar unos cuatro kilómetros con toda la ofrenda a cuestas.
Cuenta que ninguno de sus cuatro hijos vendrá. A todos les ganó la facilidad de la vida en ciudad. Ni siquiera ella les ve muy seguido. Juan Pablo Martínez, su querido, murió hace 12 años ya.
"Tenía una enfermedad muy fea", dice, sin dar más detalle.
Desde entonces suman 12 noches iguales a esta y no sabe hasta cuando vuelva a encontrarse con su compañero, porque tenían tanto en común como en el primer apellido de ambos.
Esta mujer, al igual que sus vecinos y conocidos a los que les perdió la pista a la entrada al panteón, extiende sobre su tumba un mecate con pan de amasijo de distintos tamaños, también hay galletas, plátanos, tejocotes, peras, manzanas, mandarinas. Poco después de colocar su ofrenda saca una Coca Cola en envase de plástico de su bolsa de mimbre. No le dio tiempo de traerse un curado de jitomate.
"Es lo que más le gustaba, también le gustaban sus taquitos y sus enchiladas, pero mejor le traigo fruta para que se alimente bien", menciona, esbozando una tímida sonrisa.A pocos metros, un grupo de ocho jóvenes pone música disco desde un celular mientras se empinan una de Sauza blanco, acompañados también de unos panalitos de mezcal, de los que venden en el Oxxo, que mezclan con refresco de toronja.
Vinieron a velar a su compa, quien murió atropellado hace unos meses, saliendo de un sonidero, en la carretera Toluca - Palmillas. Nos marchamos en cuanto percibimos esas miradas que implican incomodidad. Ni siquiera intentamos tomar una fotografía.
Al otro lado del panteón, el mariachi canta a todo pulmón Un Puño de Tierra y 20 mujeres. Es de a 50 pesos la melodía.
En algún momento, los mariachis se topan con dos tríos norteños y un trío de boleros. Se saludan de lejos, como para no espantarse clientela, caminando entre tumbas.Pasada la medianoche, los cirios están por terminarse y conforme avanza la madrugada, calan las heladas en la zona, terminando por dictar rendición en un buen número de dolientes. No faltan los estoicos que gracias a la borrachera o a la carga extra de cobijas, sin importar su edad, cumplen con la manda de cada año, soñando sobre una tumba.
"Su abuelo estuvo con él siempre, era su consentido, ¿porqué no va a estar con él una noche?", finaliza María Martina antes de acomodar las cobijas para dormir junto a su hijo, sobre la tumba de su padre.

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