jueves, 2 de diciembre de 2010

Una Carroña

Recuerda aquel objeto que vimos, alma mía,
un día estival y soleado:
al borde de un camino, una carroña infame
en lecho de piedras sembrado.

Con las piernas al aire, como una mujer lúbrica,
quemante y sudando veneno,
abría de manera abandonada y cínica
su vientre de emanaciones lleno.

El sol resplandecía sobre esa podredumbre
como para cocerla a punto,
y devolver al céntuplo a la naturaleza
cuanto ella había puesto junto.

Y el cielo contemplaba la osamenta magnífica
expandirse como una flor,
creíste desmayada caer sobre la hierba,
tan fuerte era el hedor.

Las moscas bordoneaban sobre aquel vientre pútrido,
del que salían batallones
de larvas negras, que corrían como líquido espeso
por esos vivientes jirones.

Las formas se borraban, no eran ya más que un sueño,
un esbozo confuso y lerdo
en la tela olvidado, al que el artista acaba
solamente por el recuerdo.

Y detrás de las rocas, una perra intranquila
nos miraba con ojo airado,
acechando el momento de recobrar en la osamenta
el apetecido bocado.

Y sin embargo, igual serás a esta basura,
a toda esta terrible infección,
estrella de mis ojos, sol de mi vida entera,
¡tú, mi ángel y mi pasión!

Sí, tal habrás de ser, oh reina de las gracias,
después de los últimos rezos,
cuando la hierba florida y lujuriante
te enmohezcas entre los huesos.

Una Carroña
Charles Baudelaire

1 comentario:

  1. Entonces, oh mi bella, diles a los gusanos que te comeran a besos,
    que yo guarde la forma y la esencia divina
    de mis amores descompuestos!

    (este es el último y omitido fragmento de este poema)

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