domingo, 21 de febrero de 2010

El Color

Sueño. Profundo. Abro los ojos en cuanto los cierro. Pierdo la dimensión.

¿Quién, o qué soy?

En un tris estoy reptando por las paredes y cobro la forma de un librero postrado en un lienzo. Quiero hurgar en las páginas de sus inquilinos pero están cerradas, apenas me cuelo entre las carátulas y me deslizo en sus lomos. A pesar de mi omnipresencia tengo mis límites.

Un dedo divino apaga el interruptor.

La siguiente imagen me tiene devorando un césped lleno de origamis. Pierdo fuerza en las formas más complicadas del papel, en otras partes simplemente desvanezco y caigo en cuenta que mi reino se pierde en las sombras. La oscuridad el peor enemigo o el amante a modo.

El dedo divino hace un clic.

Soy y dejo de ser. Destellos. Ahora soy precisamente una sombra que baila en un carnaval de intermitencias, intimo en cientos de rostros que parecen estar en trance bajo un beat misterioso.

El dedo.

Alguien me sacó a pasear. Me deslizo a lo largo del pavimento, pero mis brazos tienen final a corto alcance, como cuando en la realidad fuera del sueño quiero agarrar un puñado de cielo. La superficie es mi imperio.

Off.

Resulta que hay otros como yo. La suma de estrechar sus cuerpos tiene como sobrante a otros parecidos a nosotros, pero menos nítidos. Cuando no bailamos en armonía nos embestimos violentamente uno al otro, provocando abruptos.

On.

Soy uno de los otros, esos que no se ven cuando estamos despiertos, los que no están registrados por el ojo humano. Forma, más no fondo.

¡Soy un color que no existe!

Y existe.


NOTA AL PIE: nunca he sido asiduo a ningún tipo de enervante, pero a veces tengo sueños que rayan en lo inexplicable, como cuando no tengo cuerpo porque soy un color.

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