martes, 16 de febrero de 2010

De 60 minutos a 80 Gb

Toda mi vida está asociada a sonidos. Puedo recordar con más nitidez una situación más por el oído que por cualquier otro sentido. Aunque no aplica a todo, es muy común que un sonido me arranque una carcajada o me apachurre y entonces se salgan las de cocodrilo.

Claro que hay conjuntos de sonidos más sabrosos que otros, y es precisamente en los millones de momentos que otros han tenido en la inspiración que encuentro este placer incomparable.

El recuerdo musical más antiguo lo tengo registrado gracias a los Pitufos y el Padre Abraham. Desde entonces la música ha sido toda una función en mi vida, al principio por padres y hermanos, luego por situaciones que de simples han pasado a memorables, con amigos, mujeres o momentos de encuentro.

De escuincle recuerdo las milongas, los acetatos de Cuco Sánchez, al gorrioncillo pecho amarillo, a Infante, Negrete, a la Bartola de Chava Flores, al fonógrafo de los recuerdos en casa de la abuela y a Juan Gabriel y la Tremenda Corte a bordo del Renault 12 color naranja en que mamá nos llevaba por el mandado.

De menos imberbe vino la época en que mis hermanas estaban vueltas locas por Timbiriche y Flans, afortunadamente ese gusto me duró muy poco, porque entonces vino Depeche Mode, Tears for Fears y la Botellita de Jerez.

A propósito de guardar mis sonidos favoritos en una cajita musical, uno de mis mejores recuerdos se encierra en un casete virgen de 60 minutos que papá me regaló para que grabara lo que quisiera.

Entonces tardes enteras se consumían escuchando todas las frecuencias de radio que un aparato marca Fischer permitiera, cuando archivaba canciones de Queen, Prince y Def Leppard con todo y retazos de cortinillas y anuncios. Entonces toda mi vida musical cabía en dos lados de media hora.

En lo posterior me dediqué a comprar casetes vírgenes para grabar mis canciones favoritas en vez de gastarlo en dulces. Tiempo después ya me daba por saber el nombre de quienes me hacían las tardes enteras y de sentarme a traducir las letras de mis rolas favoritas, aunque seguía sin entenderlas por completo.

Ahí entendí que hay música que me gusta y otra que no me gusta. Que no hay música "buena" ni "mala". Hay gustos y punto.

Poco después vinieron las grabaciones profesionales con mis primeras propiedades musicales en original que fueron el "Flesh and Blood" de Poison y el "And Justice For All" de Metallica.

En tres tiempos los acetatos devinieron en casetes, se convirtieron en discos compactos y de ahí a canciones digitales. A hoy tengo más de 25 mil canciones, más de la mitad de ellas en un aipod cuyos 80 gigabites de capacidad chingaron a su madre. Y todavía hay momentos en que ridículamente lamento “no tener nada para escuchar” a pesar de tener de casi todos los géneros y para cualquier estado de ánimo.

No tengo más espacio, y todavía hay tanto por escuchar, tantas canciones a las cuales ponerles la estrellita de un recuerdo, sea bueno, sea malo.
Por eso a veces todavía quiero grabar mis favoritas en un cassete de 60 minutos.

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